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El papel del IMC en anorexia nerviosa

Recordamos los especificadores de severidad de DSM-5 relacionados con el IMC:

Extremo <15 kg/m2
Grave 15-15.99 kg/m2
Moderado 16-16.99 kg/m2
Leve >17 kg/m2

No hay evidencia clara de que estos especificadores del DSM-5 realmente separen cuadros más severos según el IMC. Es decir, un menor IMC no predice una sintomatología más severa o una conducta alimentaria más disfuncional de la forma que se asume. La severidad que presentan las personas con anorexia es de hecho frontalmente contraintuitiva. El IMC no se relaciona con la severidad de la psicopatología de la conducta alimentaria, ni con la general, por tanto hay poca evidencia realmente de los especificadores de severidad existentes en el DSM-5. El bajo peso no debería ser problemático por el mero peso mostrado, pero sí sería razonable esperar que un peso más extremo nos mostrara una dificultad en el control de la conducta más severa, por tanto un trastorno más severo, una conducta más inflexible, refractaria al cambio, con un peor pronóstico y un mayor número de síntomas.

La anorexia nerviosa no puede ser definida meramente por el peso. A nivel de individuo, existen personas con anorexia "atípica" con problemas de salud graves que no llegan a alcanzar un bajo IMC. También se ha hallado que una mayor pérdida de peso respecto al peso máximo que ha tenido la persona se relaciona con un mejor pronóstico. Dicho de otra manera, aquellas personas que siempre han tenido bajo peso tienen un peor pronóstico, quizás indicando un set point bajo a nivel metabólico y ciertas características de composición corporal que muestran una inercia catabólica, anterior al desarrollo de la pérdida de control de la anorexia nerviosa, pero que la dificulta cuando emerge. Respecto al tratamiento, las personas que alcanzan un mayor IMC durante un tratamiento muestran mejor pronóstico y menor riesgo de recaída. Esto en principio nos lleva a pensar que alcanzar un objetivo de peso puede ser importante. Sin embargo, quizás la dirección de la causa sea inversa en una parte sustancial de los casos observados. Esto implicaría que las personas con fenotipos más leves y con mejor pronóstico de entrada tienen una resistencia menos severa a la alimentación y ganan más peso. Al menos en una parte de los casos el mejor pronóstico produce una mayor ingesta y no al revés. Por tanto no debemos interpretar unilateralmente que un menor IMC supone necesariamente un peor pronóstico de la persona, ni tampoco que el mero hecho de aumentar el peso de la persona supone un buen pronóstico. Parece que el IMC máximo durante la vida de la persona es uno de los principales predictores del pronóstico de la anorexia nerviosa.

La composición corporal de esta IMC es probablemente relevante. Algunos estudios muestran que un menor tejido graso es un marcador que distingue a las personas con anorexia nerviosa y personas con muy bajo peso que no tienen un trastorno de conducta alimentaria. Por ello, a falta de criterios empíricamente válidos que realmente puedan establecer una separación adecuada del riesgo y del tipo de tratamiento, de momento debemos conformarnos la clínica en conjunto, la cronicidad de la persona, su sintomatología neuropsicológica, el peso alcanzado, etc.

Recuperación no es curación. Ciertas características neurocognitivas y metabólicas siguen existiendo, independientemente del IMC de la persona, de su conducta alimentaria, y de una parte sustancial de los síntomas visibles y psicopatología presente. Pero incluso recuperaciones duraderas muestran que las personas siguen puntuando alto en ciertos rasgos y patrones conductuales, e incluso siguen existiendo algunas preocupaciones dietéticas, etc.

Citar como: Bordallo. A. El papel del IMC en Anorexia. ICNS. Accesible en https://www.icns.es/articulo_imc-en-anorexia

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