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El sistema de los objetos de Jean Baudrillard

Jean Baudrillard (1929-2007) expone en su obra como nuestra vida es definida más que nunca por una relación con los objetos que nos rodean. Nuestra relación con el mundo de los objetos merecería un análisis psicológico y filosófico que raramente se nos ofrece. Escrito en una fecha tan marcada entre los intelectuales franceses como 1968, Baudrillard conduce en su obra la evolución de esta relación desde una filosofía con elementos psicoanalíticos. Lo que se produce determina más la vida que cualquier ideología, algo que por supuesto ya comenzó a desarrollar la filosofía marxista.

Para Baudrillard la disposición de los muebles de una casa reproducía el orden burgués, y su función no es meramente la del objeto en sí, sino recrear el orden de las relaciones familiares dentro del hogar, siendo a menudo muebles-monumento. Con los años los objetos de la casa reproducían el orden social más liberal, y el objeto pasó a representar lo funcional. Por ejemplo el mueble-cama muestra una funcionalidad que necesariamente se debe a la pérdida del orden rígido de la relación familiar dentro del hogar. La casa abierta es la misma sociedad abierta. La gama de colores de los objetos llega de la misma ruptura, y progresivamente del color se pasa a la tonalidad y la textura. Todo matiz es convertido en significado. Todo se convierte en alegoría, y el consumo se orienta al detalle. La psicología del objeto en el hogar pasa a ser una técnica de organización racional del espacio. La funcionalidad del objeto media la interacción entre espacio y persona. Sin embargo, dado que la función la impone progresivamente el diseño del objeto, es el objeto quien impone la conducta a la persona.

Objeto, uso y posesión

Encontramos ya en el marxismo el análisis de la relación de uso y la de posesión. El uso de un objeto es práctico, sin embargo nuestra relación con los objetos es de posesión, lo cual implica precisamente disociarse del orden práctico, para desarrollar una relación entre la persona y el objeto en la que éste último cubre una carencia psicológica que la persona trata de reconstituir a través de su relación de posesión. A diferencia del uso, la posesión no es una relación práctica con el objeto, sino una relación de abstracción. Dicho de otra manera el objeto tiene dos funciones, ser utilizado y ser poseído. Consistentemente, el valor de cambio del objeto no es práctico, sino cultural y social. Podemos ver como incluso el reloj ya no tiene la función de conocer la hora, sino de controlar el tiempo, casi de poseerlo instrumentalmente. El objeto por tanto transiciona desde su significado práctico a su significado cultural, hacia un sistema de lo inesencial que se superpone al orden técnico del objeto.

El sistema de producción industrial capitalista se caracteriza precisamente por sistematizar la inesencialidad. La economía no satisface necesidades como reza el liberalismo, sino que el sistema de producción impone una búsqueda agotadora de significado en el consumo constante de inesencialidad. Era común basar este ciclo en la obsolescencia programada del objeto, pero en el marco de producción actual de diferenciación en ciclos de vértigo ni siquiera es necesaria.

La paradoja de la posesión es que no está orientada al uso, sino que el gozo individual es el valor que el objeto tiene para los demás. Así se proyecta la libido al objeto sobre un fondo de insatisfacción de lo que se desearía pero no se puede poseer. La angustia de la pérdida de la posesión de un objeto es no es la pérdida de su uso, sino la pérdida de la libido de uno mismo proyectada al objeto. La pasión neurótica del sistema es el propio ciclo psicológico de posesión e insatisfacción, en un camino psicológico regresivo a la infancia. Ni siquiera el consumo es el elemento clave, sino la resolución de la tensión que la erótica publicitaria proyecta al objeto mediante el proceso neurótico de la comparación social. En este punto Baudrillard es certero, no es la avaricia la que mueve el mundo, sino la envidia.

La libido se desplaza de las personas a los objetos. Sin embargo, mientras más peso tiene el objeto, más superfluo se vuelve el ser humano. Se da además la paradoja de que el ser humano busca su individualidad en la sistemática del consumo en serie del grupo, en la sumisión a la sistemática de producción. Es en el sistema de consumo de objetos donde los individuos buscan igualarse a los demás consumiendo un objeto con una inesencialidad que les diferencie. La integración en la sociedad se reduce al consumo de objetos producidos en serie que la persona realiza.

La sociedad es explotada al dictado de un sistema de producción de objetos, con la paralela producción de discursos de bienestar social y de igualdad ante el objeto, que funcionan como legitimación del propio sistema. Esta ideología permite al individuo hacer aceptable ante sí mismo y los demás su deseo de ser un consumidor de objetos, una vez transformado en retórica de deseabilidad moral.

La ideología mecanicista.

Un objeto mecánico no es ninguna verdad sobre el mundo, pero la consciencia humana solo reproduce la psicología que le impone el totalitarismo técnico. El gran mito de la sociedad industrial es que todo problema humano puede resolverse con un objeto. El bienestar humano se reduce así a la convergencia entre técnica, producción y consumo. La consecuencia de este orden productivo es que supone la existencia de un atraso moral del ser humano respecto a la técnica. La propia técnica se convierte así en la moralidad que domina la vida, y la consciencia humana queda reducida al cumplimiento de la sistemática operativa de la técnica. El mundo es producido, dominado, vigilado y controlado, y la consciencia humana avanza hasta la convergencia hacia el mismo orden. La ideología subyacente es una ruptura con la esencia y con la idea de génesis, el mundo ya no es dado, es producido y dominado, sometido a un inventario total que vigila y controla cada proceso.

"Podríamos calificar al hombre moderno, al cibernético, hasta cierto punto, de hipocondríaco cerebral, obsesionado por la circulación absoluta de los mensajes"

La producción técnica no es objetiva dado que está supeditada a un sistema social de prácticas que dirigen esta producción. En lo técnico solo hay sentido, la contradicción se encuentra en la ideología práctica del sistema. La fuerza del mundo robot es la propia sexualidad de dominio del ser humano. El robot está programado para el control y por tanto no se dejará controlar, por lo que resolverá su propia pulsión en sentido opuesto como en la leyenda del aprendiz de brujo. La ciencia es un pretexto para el deseo de manipulación y control del sujeto obsesionado por la fuerza proyectil, quien desplaza su libido al objeto.

El automatismo es el mito del objeto moderno, de hecho el valor del objeto particular es mismamente su grado de automatismo. El hombre proyecta su consciencia a los objetos, son estos los que tienen vida. Es "la indiferencia forzada, del espectáculo pasivo de su poderío". Los objetos se independizan del gesto de la acción humana, hasta la sustitución del mundo natural por el mundo fabricado. Se tecnifica el ambiente, lo cual implica proporcionalmente la atrofia de la conducta humana. Esto supone el sometimiento de lo humano a lo técnico, hasta el absoluto de la sociedad mecanizada y el mundo máquina. A medida que el objeto se vuelve más funcional, el ser humano se vuelve disfuncional. Finalmente el ilusionista se vuelve prescindible.

"Podemos preguntarnos si el hombre no festeja en esto, a través de los avatares de una técnica enloquecida, el acontecimiento futuro de su propia muerte." Jean Baudrillard.

Citar como: Bordallo. A. Revisión de El sistema de los objetos de Jean Baudrillard. ICNS. Accesible en https://www.icns.es/articulo_el-sistema-de-los-objetos-jean-baudrillard

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