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Gregorio Marañón. La medicina y nuestro tiempo.

Gregorio Marañón 1887-1960 fue un médico y científico español, Doctor Honoris Causa, y autor de cientos de publicaciones científicas y libros. La medicina y nuestro tiempo fue uno de sus últimos libros, publicado en 1954, pocos años antes de su muerte. En su obra, reflexiona sobre la mala situación ética, intelectual y epistémica de la medicina. La capacidad predictiva de Marañón es, seguramente a su pesar, quirúrgica.

El libro comienza lamentando "la angustia que, como profesional y como maestro, me producen las características de la medicina de hoy". Lamenta Marañón las dos grandes manifestaciones del dogmatismo de la medicina, sus "degeneraciones", son el cientificismo y el profesionalismo (corporativismo). "No conozco otro modo de extirpar un defecto o un vicio que declararlo y ponerlo sobre la mesa de disección de la sinceridad".

El "culto cientificista" o los "paletos de la ciencia"

El eje central de la obra de Marañón es una crítica al cientificismo -ciencia como ideología- que inunda nuestra vida. Entre la "muchedumbre de cientificistas" dice Marañón, hay "un número cortísimo de auténticos sabios o trabajadores de buena fe". Marañón ve en los dogmáticos de la ciencia y de la técnica un peligro para la medicina "...esta vana presunción a la que siempre hemos propendido los galenos alcanza en la hora actual proporciones amenazadoras que es urgente combatir. Yo lo hago cada día".

La medicina es la disciplina que "se presta más a esta desviación artera y peligrosísima de la verdad" que es el cientificismo. La "plaga de adoradores y explotadores" del culto científicista "ha crecido de modo alarmante". Marañón ha entendido que gran parte de lo que tanto el médico como la población llama "la ciencia" no es más que un uso oscurantista de lenguaje sofisticado, números e imágenes para embaucar. Las gráficas, dice Marañón, de la maquinaria de la industria farmacéutica, ejercen sobre los médicos y el público "el mismo poder mágico de los símbolos y los jeroglíficos sobre las mentes primitivas". La medicina ejerce un gran eco sobre la multitud, que es "extraordinariamente sensible a la magia".

"Una de las plagas de la vida moderna es, en efecto, la muchedumbre de incapaces o de bárbaros que dominan las técnicas y adquieren por ello una peligrosa responsabilidad social". Por cientificismo, nos dice el autor, "se entiende creer en la ciencia como los papanatas", o al menos "suscitar la admiración de los papanatas". Marañón hace 70 años entendía aquello que la mayoría de la población sigue sin ver hoy a pesar de haberse multiplicado por doquier. O precisamente por ello. Marañón concluye tajante "el cientificismo podría llamarse el paletismo de la ciencia".

Incultura y el "americanismo pueblerino" de la técnica

"Se ha confundido esta mentalidad científica difusa con mentalidad técnica". Hace referencia Marañón a la diferencia entre la persona sabia y culta, del "técnico" o "experto" actual que antepone la parte de un procedimiento técnico al todo de lo verdadero. Solo la sabiduría puede perseguir lo verdadero y es por tanto la única ciencia, la cual debe diferenciarse de la mera técnica. Cuando se antepone la parte al todo, no se persigue ni lo científico ni lo verdadero, sino que se está haciendo lo contrario. "Ningún libro de ciencia tiene en medicina el éxito que alcanzan los recetarios, donde se da -o parece que se da- la solución de los problemas, sin necesidad de planteárselos". Esta frase es magistral. Toda disciplina médica suplanta el conocimiento de lo verdadero por una lógica adulterada que reduce toda comprensión del cuerpo humano a un solo destino: la receta médica o quirúrgica. Con abundante jerga cientificista para racionalizarlo. Marañón lo comprendió perfectamente "en la receta, que es donde culmina, en efecto, el interés de la medicina, es donde, por lo común, la medicina malea o pierde su dignidad".

Critica Marañón esa fascinación con la próxima "evidencia" del "Journal of the American Medical". El dogmatismo de la técnica implica querer reducir la práctica clínica a un presuntuoso y reduccionista mecanicismo técnico. Con la técnica elevada a dogma, "crece con mayor empuje la mala hierba del dogmatismo" nos dice Marañón. Las revistas científicas "adornadas de gráficas jeroglíficas que prueban o no un enunciado previo" y que adicionalmente "tiene un interés insignificante frente a los grandes problemas del saber". Este es el médico de nuestros días, fascinado por modificar marcadores confundiéndolo con pronósticos, en su mayoría falsos mecanismos de acción que el tiempo barrerá de los libros de medicina. "El dogmatismo del médico supera a todos los conocidos en la gravedad de su pecado esencial, que es la pretensión de dar categoría de infalible a lo que no lo es".

También comenta Marañón que hay un problema con la enseñanza. "La vacuidad del pensamiento" no puede rellenarse con un "torrente bibliográfico". La universidad se ha mecanizado tanto como la medicina, perdiendo cualquier rastro de ética o búsqueda de lo verdadero. Así, el profesor sabio ha ido suplantándose por el profesor técnico. A menudo que trabaja para la industria farmacéutica, blanqueado por el estado con la excusa del currículum investigador ("prostitución por razón de estado" lo llama textualmente Marañón). La "experimentación por la experimentación" forma parte "de la plaga cientificista contemporánea".

En línea con la crítica al positivismo y al cientificismo de Karl Popper, Marañón dice que saber es "saber y dudar", y sin ello, lo que queda es una "negación de la verdadera ciencia". Un "americanismo pueblerino", fascinado por la medicina técnica, por el sucedáneo burocrático-industrial de la medicina. Debe exigirse a todos la actitud de inteligente antidogmatismo que se necesita en medicina, nos dice Marañón.

Un "artificioso aparato" de "conferencias sin venir a cuento" y "congresos, plaga de los tiempos actuales". "Manejando todo este artificio", nos dice Marañón, puede hacerse uno pasar por sabio entre las gentes, e incluso "que el propio cientificista se crea sabio de verdad". Esto es muy exacto. Por el hecho de decir "la ciencia", personas fascinantemente ignorantes, como los describía Ortega y Gasset, se creen sabias. Ciencia es, irónicamente, lo contrario de aquellos que repiten "la ciencia". Crecientemente se estudia medicina, dice Marañón, no por una genuina vocación, sino "por el fausto y la gloria". El agua fría de la crítica, nos dice Marañón, "distinta de la mansa actividad", de la loa y "agradecimiento de los bobos", con los que "no se va a ninguna parte". Deja clara Marañón la diferencia entre el verdadero científico, y el técnico. "La mayoría de los profesionales médicos son otro ejemplo de esto mismo, ya que pueden poseer una técnica admirable, médica o quirúrgica, pero pueden a la vez carecer, y de hecho carecen, de todo espíritu científico". De forma paradójica, "el mejor especialista será, a la postre, el que tenga una cabeza más universal". El verdadero espíritu científico "solo se adquiere con la cultura".

Medicalización

Igual que el farmacéutico ha perdido su historia "para convertirse en un comerciante más", el médico ya no es un maestro, sino "un simple intermediario" entre el fármaco y el paciente. Avisa Marañón "el médico está a punto de perder su prestigio de experto en la naturaleza del hombre (...) para pasar a ser un burócrata que propone, casi automáticamente, sus recetas". Lo mismo sucede con la población. Del cientificismo, de la irracional fe en el progreso material, es de donde nace la "insaciable apetencia" de fármacos, nos dice Marañón. "Muchos médicos suponen todavía que el curar a los enfermos es aplastar con torrentes de drogas [fármacos] a cada uno de los síntomas". Esto siguen sin entenderlo la mayoría de médicos, que siguen confundiendo masivamente síntomas, marcadores, y modificación de pronósticos clínicos. En la universidad raramente hay asignaturas que enseñen a razonar y expliquen estos errores. Evidentemente, no interesa que lo entiendan. Los pacientes a su vez discuten esas recetas "como se discuten los platos diversos de la carta en un restaurante".

También cita Marañón la creciente propensión de los médicos a meter miedo innecesario a las personas, anticipándoles todas las complicaciones posibles de las enfermedades si no se tratan. Esto es "como el jefe de estación que advirtiera a los viajeros, al arrancar el tren, que este podría chocar, descarrilar, etc". Es evidente que nada funciona mejor que la propaganda del miedo. Curiosamente, los médicos no aplican la misma lógica explicando a sus pacientes las complicaciones potenciales que tienen las pruebas diagnósticas y los tratamientos que prescriben. Si las personas tuvieran una noción equilibrada del riesgo de los tratamientos, la mayoría de las personas se levantarían de la silla y se irían. Pero en realidad tampoco los médicos lo entienden bien (hay literatura científica sobrada demostrando esto).

Alude a Feijóo, que ya se dio cuenta que el médico es valorado por las prescripciones e intervenciones que se realizan y los propios pacientes "buscan el médico más recetador". Sin embargo advierte que si la reputación sufre, debe resignarse, porque para eso es médico. Un problema que no vio Marañón es que esto se ha estructurado legalmente, el daño por defecto tiene una repercusión legal muy diferente al daño por el exceso (siempre negado, por otro lado). "Mucho tiene de bélico, en efecto, el ímpetu con que hoy se receta y se opera por esos mundos de Dios".

También hace sátira Marañón de los consejos médicos sobre dieta "irrisorios dogmas médicos sobre la alimentación". Esto sigue sin cambiar, y la mayoría de los médicos siguen disparatando sobre nutrición. Dice Marañón que se debe a la "absurda falta de crítica" de los médicos. Este hecho burlesco muestra en realidad la tesis de Marañón. El médico vive una percepción distorsionada de su conocimiento, por vanidad y falta de crítica, que le ha ido alejando progresivamente de un espíritu realmente científico de búsqueda de lo verdadero. Y peor, ha ido alejando al médico de la ética de velar por aquello que es lo mejor para el paciente.

En cuanto al alargamiento de la esperanza de vida, Marañón entiende, como médico sabio y estudioso, que no es la medicina su principal causa. La mayor parte de la ganancia de la esperanza de vida se debe a las circunstancias sociales (mejor alimentación, canalización de aguas residuales, limpieza de calles y hogares, etc). Esto debe ocultarse, en las universidades, en la "divulgación científica", en favor de la propaganda técnica, química, farmacéutica, que disemine la falacia de que la salud pública se debe a la oferta de tratamientos médicos. La mayoría del personal sanitario, y de la población, parece ignorarlo completamente.

También entendió Marañón la fascinación psicológica que producen las etiquetas diagnósticas, y la fascinación de médicos y pacientes por "dar a las dolencias antiguas nombres llenos de novedad". A veces adquiriendo "el carácter de verdaderos contagios colectivos". Esto concluiría con la invención de toda clase de pseudodiagnósticos "esta invención de enfermedades" y "exageración de la extensión de otras". Anticipaba Marañón lo que sería la deriva de la medicina, las habilidosas bajadas de umbrales diagnósticos que producen falsos aumentos de prevalencia y con ello, la deseada consecuencia de un exponencial aumento en las ventas de medicinas, pruebas diagnósticas, etc. También habla de la plurifarmacia, y el excesivo número de cirugías practicadas, muchas sin evidencia, y que la literatura científica no ha hecho más que confirmar.

También comprendió perfectamente Marañón, como médico sabio y estudioso, que quizás la mayoría de las personas iban al médico no por estar enfermas, sino por angustias vitales, lo cual no puede resolverse con medicina. Pero el corporativismo médico vio el negocio de un volumen tan alto de personas, conviertiendo las hipocondriasis y angustias cotidianas en lucrativas enfermedades, embaucando a las personas con lenguaje sofisticado sobre neurotransmisores. "El aparato regulador de las emociones" dice Marañón, es "el talón de Aquiles" de muchas personas que van al médico, un "ejército innumerable de los aprensivos". La medicina no iba a renunciar al negocio de la angustia humana, a pesar de ser incurable por la medicina, como la ignorancia.

"La prostitución de la ciencia por razón de estado".

Marañón, que era sabio y estudioso, se dio cuenta del uso malicioso de lo "público" como excusa para transferir impunemente dinero del bolsillo de los ciudadanos a instituciones y corporaciones. La mayoría de las personas siguen sin entenderlo hoy. La "razón de estado" es así un "escandaloso pretexto para satisfacer la ambición de unos pocos". El proceso de como el dinero de los bolsillos de la población acaba en la industria médica con la "sanidad pública" de mediadora parece que no es comprendido por la mayor parte de la población. Los que ganan dinero de la "sanidad", los que menos. No se trata de una dicotomía sobre lo privado, sino que la expansión del aparato burocrático del estado puede ser tan problemático, o más, que el mero interés económico de las corporaciones, con el problema añadido de que el eufemismo de lo "público" genera un blanqueamiento moral en el inconsciente de las personas. En la práctica supone la legalización de todo un sistema corrupto de extracción de dinero público a bolsillos corporativos e institucionales. Comisionistas y profesiones mediante.

"La complicidad de médicos y enfermos da una apariencia de legalidad a lo que está sucediendo". El corporativismo profesional es el "intento, deliberado o no, de convertir en fuente de riqueza una profesión", la cual queda así amenazada por los intereses de grupo, creando un "monopolio del saber" para "beneficio de unos cuentos, los del gremio profesional". El eufemismo "sanidad pública" blanquea con un barniz moral que permite anular completamente la consciencia de la población. "La psicosis medicamentosa actual, fomentada y facilitada, por lo menos en algunos paises, por la medicina socializada". No solo la "psicosis medicamentosa", sino la medicalización de la angustia humana, de la vejez, de la salud mental, de los problemas sociales y políticos, etc, etc. Marañón no duda en hablar de "estas violencias de los estados" y "prostitución" de la medicina y la ciencia en nombre de esa "razón de estado".

Habla también de la "colaboración del médico en la violación del alma", comentando el uso de la figura del médico para cuestiones de control político, policial y militar. Esto se intensificó exponencialmente en las décadas posteriores a este libro, Marañón solo vio pinceladas del colaboracionismo científico en programas policiales y militares, que por supuesto se omite generalizadamente en las universidades, ni el personal sanitario sabe nada, ni le interesa.

En nuestras "democracias", nos dice Marañón, "la coacción que sobre el pensamiento ejercen las ideologías de la muchedumbre" es "mayor que las prohibiciones expresas de las dictaduras". La fuerte influencia que ejerce el médico en la vida de las personas, es para Marañón parecido a la figura de un sacerdote en la antigüedad, una influencia peligrosa cuando no existe rumbo ético alguno.

"El triunfo social [de la medicina] continuará (...) pero detrás de todo ello la marcha de la verdad se ha paralizádolo". El agua fría de la crítica, nos dice Marañón, "distinta de la mansa actividad", de la loa y "agradecimiento de los bobos", con los que "no se va a ninguna parte". Es la dócil complicidad de los profesionales con la corrupción institucional-corporativa que inunda todo el sistema.

Comentarios finales

"El primer hombre de ciencia fue el primero que no creyó en lo que veía".

A pesar de estar escrito hace 70 años, el libro La medicina y nuestro tiempo de Gregorio Marañón es profético, y no puede ser más actual. Vemos en Marañón una persona sabia, que reconoce perfectamente todos los gravísimos problemas de la medicina que la mayoría de los médicos decidieron ignorar.

Yo "respeto la medicina" porque "la amo", dice Marañón. Pero también avisa que no hay amor sin crítica. Si Marañón levantara la cabeza, vería como sus peores temores, proféticos, se han cumplido uno a uno. La mentira se ha institucionalizado, la censura es práctica cotidiana, y lo peor, con mucho, las personas lo han normalizado con complicidad. No se salva nadie a estas alturas de la película. El cientificismo y corporativismo de la medicina dogmática de Marañón, se han convertido en una medicina cómplice, siendo el tribunal de la mayor de las censuras que ha vivido la humanidad de episodios muy recientes de los que no podemos hablar. No dejo de pensar que el propio Marañón hubiera sido hoy salvajemente perseguido, silenciado y tachado de "desinformador". La mayoría de la gente se lo hubiera creído.

Es entendible que este libro de Gregorio Marañón sea prácticamente desconocido y no se mencione mucho. Debería ser lectura obligada en la facultad de medicina, en conjunto con la falta de evidencia científica de toda clase de intervenciones aplicadas en masa, oscurecido mediante lenguaje técnico sofisticado, y sin informar de esto a las personas que se someten a ello. Dado que el libro de Marañón es completamente desconocido para el 99.9% del personal sanitario, no tienen ni que prohibirlo. Mi experiencia en postgrado con miles de alumnos médicos y sanitarios es exactamente la que ya nos advertía Marañón. Ninguna cuestión que no sea lo estrictamente lo inmediato técnico del trabajo cotidiano está hoy en la preocupación de nadie. El cerebro humano ha sido positivizado, lo que implica un colapso intelectual y ético masivo.

El descalabro de la ética médica amenaza no solo la medicina, sino que está en la base de la descomposición de las democracias occidentales, y amenaza la vida misma. Lo que vivimos en nuestros días no es un dilema trasnochado sobre lo público o lo privado. Lo que sucede es mucho más grave, en tanto que el estado protege legalmente la actividad de las corporaciones más nocivas y peligrosas del mundo, a cambio no ya de dinero, sino sobre todo de la provisión de tecnologías de control social que permiten la evolución del estado hacia su fase final, un tecno-estado autoritario inescapable, que ya asoma la cabeza. Ya había avisado Huxley que el proximo fascismo no vendría con traje marrón y medallas, sino en el nombre de la ciencia. Toda la sociedad se va a arrepentir de su ignorancia y su complicidad. No queda tanto.

"El cientificismo de nuestro tiempo ha corroído la moral de las gentes". Gregorio Marañón.
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