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Jaques Heers. La invención de la Edad Media.
Jacques Heers (1924-2013) fue un profesor de Historia en la Universidad de París X Nanterre y director de los estudios medievales de La Sorbona. Heers escribió el La invención de la Edad Media en 1992. En su obra, Heers muestra como los conceptos y periodizaciones históricas no son realidades naturales, sino etiquetas de lenguaje creadas posteriormente por los historiadores, cuando no por ideólogos, para producir interpretaciones que tienen una finalidad ideológica y propagandística más que de documentación histórica.
No existe una fecha objetiva para marcar el inicio de la Edad Media. Lo que se denomina "caída de Roma" es en realidad una transformación gradual, cuyo inicio podría situarse tan pronto como en el siglo I, o hasta 500 años después, según se utilice como criterio la abdicación de Rómulo Augústulo, el proceso de declive institucional generalizado, el inicio de las invasiones bárbaras, u otros criterios. Por otro lado, muchos reinos "bárbaros" no renegaron de toda herencia romana y conservaron instituciones, patrimonio, estructuras jurídicas y sociales heredadas, etc, generando más una continuidad bajo nuevos jefes que una ruptura. Esto implica que había sociedades que continuaban siendo más romanas que "medievales". Contra el mito de una economía atrasada, muchas áreas tuvieron una prosperidad notable.
Adicionalmente, se olvida que el Imperio Romano continuó existiendo en Oriente. Bizancio no fue un remanente arqueológico, sino una superpotencia cultural, religiosa, militar y económica, que controlaba extensas regiones de Anatolia, los Balcanes, Grecia, Siria, Palestina, Egipto, el norte de África, y a ratos buena parte de Italia y del sur de Hispania. El emperador Justiniano I en el siglo VI tuvo como política reconquistar el legado romano perdido en Occidente, recuperando incluso Italia (Roma incluida), pese a que no lograron resistir mucho tiempo a los germánicos. Bizancio de hecho siguió usando el derecho romano mediante el Corpus Iuris Civilis, que Europa recuperaría a lo largo de la Edad Media tras encontrarse en Pisa una copia del manuscrito de Justiniano (Digesto). La marginación historiográfica de Bizancio no es una casualidad, sino una decisión ideológica. Es un imperio esplendoroso, culturalmente rico, potencia mercantil y militar, y además cristiano, por tanto una amenaza para la mitología que los ingenieros sociales del Estado moderno necesitaban diseminar. La historiografía construyó un silencio deliberado: desde Roma hasta el Renacimiento solo hubo "1000 años de oscuridad". Los panfletistas han intentado dar una imagen alegórica en la que se fue hasta el sol. Este cliché, absurdo para cualquiera que se detenga dos segundos a pensar lo que está diciendo, continúa formando en buena medida la conciencia del hombre "moderno" hasta el día de hoy.
Cellarius publicó en 1688 su obra Historia de la Edad Media, siendo quizás la primera mención formal de tal terminología. Las personas que vivieron dentro de todos aquellos siglos no se consideraron nunca "medievales" a sí mismos, ni pensaron que estuvieran viviendo ninguna "oscuridad" en ningún momento. Esto fue una narrativa posteriormente creada por propagandistas, los cuales inventarían otras etiquetas como "Renacimiento", "Siglo de las luces", etc, en claro contraste con los "tiempos oscuros", reforzando la visión histórica hegemónica que perdura hasta nuestros días.
La imagen antagónica caricaturiza a señores y campesinos como simples relaciones de explotación, en las que el "siervo" estaba encadenado a la tierra del "señor", realizando trabajos forzados en los que apenas sobrevivía. Esta narrativa supone que solo existían campesinos en tierras señoriales, como si no poseyeran nada en propiedad y como si no obtuvieran ninguna ventaja de su trabajo. Sin embargo, los análisis realizados a partir de actas notariales muestran una gran complejidad de jerarquías sociales, en la que existían diferentes grados de responsabilidad, diversos roles y rangos, desde supervisores, oficiales, encargados, recaderos, guardas, pastores, prebostes, segundos vasallos, etc. Muchos campesinos eran tenentes libres o incluso propietarios de sus tierras. Hablar de una "masa campesina", como una masa uniforme que ha vivido una misma vida miserable encadenada a una tierra, es una imagen mitológica, estereotipada y deshonesta con la realidad social de la época. "El historiador que esté un poco familiarizado con los libros de contabilidad, con los registros fiscales y con las actas privadas de diferentes naturalezas, constata indefectiblemente una extraordinaria fluidez social", dice Heers. No hace falta un gran esfuerzo imaginativo para suponer que determinados campesinos prosperaban mejor que otros y llevaban al mercado mejores cosechas, progresando con ello de manera autónoma, o bien dentro de un señorío, quizás de forma no tan diferente a como sucede hoy en cualquier empresa. Aunque se pretenda forzar un antagonismo narrativo, los vasallos en general estaban comprometidos con hacer respetar los derechos del señor, y no hay razón para pensar que no quisieran su prosperidad, de la cual es razonable suponer que se beneficiaban ellos mismos en primer lugar, en mayor o menor medida.
La existencia del campesino propietario de sus propias tierras es casi un tabú. Estudios como los de Robert Boutruche en 1947 mostraron que los campesinos trabajaban al margen de la explotación señorial. Las posesiones señoriales, desde luego, estaban lejos de cubrir la totalidad del territorio; por el contrario, dejaban grandes espacios donde se extendían tierras sin propiedad en las que cualquiera podía instalarse. Mucho más tabú es la existencia notarial de pruebas que documentan la venta de tierras por parte de campesinos a los que se les supone casi esclavos. Los notarios muestran campesinos modestos que vendían tierras con toda libertad y exentos de toda obligación. El alodio, más o menos modesto, heredero sin duda del dominium romano, se mantuvo ampliamente en el sur de Francia, en Italia, en la Provenza, Flandes, en el Languedoc, etc. Los textos atestiguan movimientos considerables de las propiedades territoriales, sean tenencias o alodios, entre la gente del campo: compras, arriendos, préstamos garantizados, etc. Así, había familias que se enriquecían rápidamente, teniendo buenas cosechas, y se producían diferencias enormes en hectáreas. Se nos dice que el señor poseía la tierra que el campesino explotaba a cambio del pago de un censo y de determinadas obligaciones. Sin embargo, la tenencia feudal superaba en un número sustancial de derechos a un arrendamiento moderno. Hoy, un arrendatario no puede permanecer en un sitio el tiempo que le plazca sin un aumento del alquiler, no puede instalar a sus familiares, no puede transmitir ese arriendo a sus hijos por el mismo precio como parte del contrato, ni puede vender su derecho de ocupación a un tercero, o dividir el terreno en diversos lotes, entre otras cosas que formaron parte del derecho feudal en la Edad Media. La tenencia no solo era un derecho vitalicio que solo el campesino podía romper si quería ir a otra parte, sino que también era hereditaria, garantizando la prosperidad y estabilidad a su familia y descendientes, si las cosas se desarrollaban con prosperidad.
Se habla de las relaciones de vasallaje como si este trabajo de la tierra fuera una imposición, y no formara parte de un contrato de derechos y deberes, en el que el campesino buscaba tierras que trabajar en las que establecerse y vivir con seguridad. Existían obligaciones de residencia impuestas en algunos casos, pero no en toda condición campesina, y formaban parte del acuerdo, por lo que los hombres del campo aceptaban la aventura, en un gran número de ocasiones, de asentarse y vivir de forma estable, estableciéndose libremente donde vieran mayor oportunidad para su familia. Existía mayor fluidez de las propiedades de lo que se ha admitido, así como jerarquías notables de riqueza dentro del mundo del campesino. Además, se daban matrimonios, herencias, roturaciones... Sin embargo, la relación de vasallaje no es una relación del campesino con la tierra, sino una relación jurídica personal, que suponía un vínculo entre personas en lugar de una relación con el Estado. El feudalismo no era simplemente un sistema económico de tenencia de tierras, sino que su eje es jurídico, en torno a acuerdos mutuos. El vasallo a veces prestaba un servicio, a menudo militar, y a cambio recibía una recompensa (beneficium o feudo). Este feudo consistía comúnmente en tierras, pero también podía incluir rentas, cargos administrativos, títulos, derechos sobre peajes, molinos, etc. Contra la imagen que se ha pretendido dar, no se trataba de un régimen de esclavitud obligada sobre las tierras, sino un acuerdo entre partes y una forma de vida que muchos campesinos buscaban porque les permitía mayor seguridad, sobre todo en tiempos de mayor inestabilidad, como tras la crisis del Imperio Carolingio, que supuso un aumento de invasiones vikingas, sarracenas, etc.
El concepto de noble es muy vago y jamás sometido a la debida comprensión o crítica. La nobleza no gozaba de un estatus jurídico preciso, sino que era un concepto heterogéneo y en perpetuo cambio, tanto por la llegada de nuevas familias cuya ascensión social estaba perfectamente admitida, como por el declive de aquellos desafortunados que no podían mantener su condición por avatares de la vida. Por otro lado, no se necesitaba tener ningún señorío ni ser de la nobleza para tener trabajadores o tener poder sobre alguna aldea. Existían propiedades manejadas por burgueses, notables, juristas, notarios, mercaderes, oficiales, artesanos, etc. El término de "señor" también es equívoco. Las condiciones sociales de los señores eran muy diversas: podían ir desde un castillo capaz de ofrecer refugio a los vasallos, o bien una simple casa fuerte más modesta en torno a una aldea. Los grandes terratenientes a menudo eran gente culta con habilidades para generar fuentes de ingresos y mejorar rendimientos, favorecer explotaciones, etc. Contrataban oficiales, gente capaz de manejar contabilidad, calcular necesidades de mano de obra, de animales, semillas, llevar registros de cuentas, etc. En definitiva, señores y oficiales que no tienen nada que ver con el señor feudal presentado, reducido a la caricatura de autoritario y ocioso perceptor de prestaciones que vivía de rentas sin trabajar. Como si no participara en la gestión realizando compras, transportando semillas, herramientas, coordinando, gestionando, vigilando, negociando, además de comprar, vender, etc.
Ese sistema feudal no intervino directamente en la gestión o explotación de las tierras ni en las relaciones entre propietarios y cultivadores. "Sociedad feudal" y "economía feudal" son dos conceptos ambiguos y, en realidad, inventados. Una visión abstracta tendería a mostrar un territorio rural detentado por un solo señor, que como propietario de las tierras impondría también su derecho de justicia y sus derechos banales. Pero esto es una visión que no corresponde con la realidad. Incluso en zonas donde pudiéramos encontrar un feudalismo estructurado de forma sistémica, no encontramos siempre una correspondencia territorial exacta entre la propiedad de las tierras del señorío territorial y la propiedad de los distintos derechos, y muchas áreas y pueblos estaban divididos en distintos señoríos. A veces en torno a un castillo, casa señorial, hotel, iglesia; otras en torno a varias casas señoriales. En el sur de Europa, los derechos feudales encontraron muchos obstáculos y tuvieron que adaptarse a tradiciones y herencias. En el norte de Italia y los países germánicos, también evolucionaron de forma distinta. En la mayor parte de Europa había un elevadísimo número de comunidades de aldea que no se hallaban bajo el poder de ningún señor, existiendo distintos propietarios terratenientes, incluidos gente de las propias ciudades, abades, etc. Lejos de ser el esqueleto de las sociedades llamadas feudales, este sistema solamente se encontró en un área geográfica relativamente reducida.
Respecto al burgués, podríamos decir que la persona económicamente próspera existe desde los años 1200 y lo siguió haciendo durante siglos. A veces, parte del "pueblo" podía haber prosperado con una granja, un taller, etc., y pasó a ser "burgués" por haber trabajado con diligencia, haber sido hábil en el comercio, o simplemente haber tenido fortuna. Otras veces, alguna familia se benefició de la emigración de los nobles o hizo fortuna con la confiscación de los bienes del clero o personas hábiles beneficiadas por los cambios políticos. También pequeños artesanos, negociantes, notarios, juristas, cambistas, banqueros, etc., poseían tierras, viñedos, rebaños, bosques, cuya explotación a menudo confiaban a asalariados o a parceros. Eran tan urbanitas como rurales.
Por supuesto, existían jornaleros miserables que iban de un lado a otro tratando de buscar quien les diera algo de comer a cambio de su trabajo, pero eso existe también a día de hoy. También existieron formas de servidumbre. Sin embargo, las múltiples formas de sujeción económicas o incluso jurídicas existieron de forma más extensa antes del feudalismo, y siguieron existiendo en las ciudades burguesas del Mediterráneo hasta el siglo XVI, en los supuestos "faros de la civilización". En muchos territorios durante la Edad Media fue residual, por ejemplo, en el norte de Europa, aunque la servidumbre desapareció más temprano en los países que estuvieron más expuestos a la circulación monetaria, en los que se podía fácilmente pagar asalariados, que en aquellos países más aislados de los circuitos mercantiles. Por tanto, se pretende un cuadro con la servidumbre como eje central a partir de lo que eran simplemente estructuras residuales.
Un sesgo es que los archivos de los grandes dominios se conservaron mejor que los de los pequeños señores, y los campesinos libres raramente producían archivos de ninguna clase. Aquí está la laguna más grave para Heers, que ha hecho que no se perciba la existencia de diferentes modos de propiedades campesinas y de relaciones de trabajo. Sin negar la existencia de abusos, ver el trabajo en el campo como una estructura explotadora general es deshonesto con la realidad. Existía una condición laboral de arriendo, que implicaba derechos, cierta autonomía según los casos, así como también obligaciones con el señor. Esa masa de "bárbaros feudales" ha dado forma a los paisajes y pueblos de Europa durante siglos y hasta hoy, sin ninguna ayuda del Estado, desarrollando la empresa más espectacular de la humanidad.
El diezmo era un pago que se realizaba a la Iglesia en forma de un porcentaje de la cosecha. El diezmo no se aplicaba ni siquiera a todas las cosechas; principalmente se aplicaba al trigo, y no alcanzaba el 10% en muchas ocasiones, ni mucho menos. Debe entenderse el destino mayoritario de ese diezmo: la Iglesia llevaba la mayor parte de la asistencia pública: hospitales, asilos, hospicios, alimentar a los más pobres, hacerse cargo de huérfanos, etc. Gran parte de la educación también se realizaba en las parroquias. La asistencia social de la época en definitiva era llevada a cabo por la Iglesia en su mayor parte. Heers compara el 5-10% que se pagaba entonces con lo que se paga ahora.
Otro pago comúnmente llamado "impuesto" es el censo que el campesino o tenente realizaba por el derecho a usar la tierra que pertenecía al señor. Este pago es un alquiler, de ninguna manera un impuesto, y en algunas ocasiones era solo simbólico o muy débil. A ninguno de nuestros contemporáneos se le ocurriría la idea de llamar "impuesto" al pago de los terrenos o propiedades que se alquilan o usufructuan de un modo u otro. Se ha dado a entender que el pago del censo sobre las tenencias era un signo de servidumbre, como si esto no fuera un hecho económico relacionado precisamente con las tenencias. "Tales pamplinas se encuentran en Montesquieu, quien escribe con gran seguridad: 'ser siervo equivalía a pagar el censo, ser libre equivalía a no pagarlo'". Otro de los problemas es el sesgo de los registros feudales, los cuales muestran las sumas debidas, pero no las sumas efectivamente pagadas. Establecer por tanto las cargas solamente a partir de una base tributaria o de listas de censos no corresponde con la realidad efectiva. Nos han llegado pocos registros contables de las recaudaciones en sí, pero los pagos reales podrían ser solo un tercio de lo que se ha supuesto a partir de cálculos brutos de tributación. Muchas cosas se negociaban, o se pagaban de otras formas, se acordaban reducciones, etc.
Adicionalmente, también se han atribuído los cobros exigidos por los crecientes poderes públicos al señor o a la Iglesia. Las banalidades eran relaciones entre el Estado (o la autoridad pública) y sus súbditos. Muchos "impuestos feudales" eran banalidades públicas, no cargas señoriales o eclesiásticas sobre los campesinos. Algunas de estas banalidades eran pagos por el uso de un molino señorial, el uso de un horno, etc. En realidad eran monopolios que obligaban a todos los habitantes del territorio al pago por el uso de los mismos, que también pagaban los señores, las abadías, etc. Monopolios y restricciones similares existían en áreas burguesas y siguieron existiendo fuera del señorío y del marco feudal en todas partes. Con todo, el ban señorial produce mucha indignación entre los ideólogos que aceptaban y promovían todos los monopolios y crecientes cargas fiscales del Estado. Otros derechos del ban gravaban el paso de carreteras, el paso por un puente, etc., que eran básicamente peajes. El peaje banal se justificaba por la necesidad de mantener calzadas, puentes, vigilancia y seguridad de los caminos, cursos de agua y montañas, construcciones, etc. A veces se entregaban algunas monedas, pero también podía bastar un animal de poco precio, e incluso un simple gesto o reconocimiento, como podía ser saludar humildemente al señor.
El impuesto real aparece más tarde, por ejemplo en Francia, en 1357. Hasta entonces, no todos los dueños de los señoríos podían cobrar impuestos. El Estado moderno, nuevamente, no ha hecho más que multiplicar los peajes y pagos de todo tipo, con verdaderos ejércitos de agentes y recaudadores. ¿En qué consistió el progreso del rey moderno? Al centralizar el Estado, un cuerpo de oficiales cobraba regularmente el impuesto real, multiplicando por todas partes pagos e impuestos mediante una administración más sistemática, perfectamente aceptada por todo el mundo gracias al discurso de los panfletistas. Todos esos recaudadores que no mantenían ningún contacto con la población fueron mucho más implacables y contaron con medios de represión que un feudo rural jamás habría podido imaginar. A partir de entonces es legalizado, multiplicado, normalizado, e incluso transformado en moralmente deseable mediante la propaganda que produce el mismo sistema. Esa misma propaganda nos cuenta los terribles impuestos y diezmo del medievo, y como unos valientes revolucionarios, llenos de virtudes morales e intelectuales, se levantaron contra la injusticia y el oscurantismo para defender a los más débiles contra aquellos malvados señores. Es fácil ver la manipulación sentimental que se ha hecho pasar por historia.
En la Edad Media no había ningún desprecio por la herencia antigua, como se ha afirmado insistentemente. Carlomagno hizo transportar mármoles esculpidos de iglesias bizantinas, inspirados en el mundo mediterráneo de Roma. Además de la obviedad de que el arte románico medieval de Italia, España o la Provenza se inspiró directamente en la Antigüedad Romana. Las gestas de Alejandro Magno están presentes en decenas de obras en toda Europa, mediante poemas épicos de miles de versos. León el Diácono tradujo al latín las historias griegas y la leyenda de Troya, y eran historias transmitidas bajo la forma de juegos de personajes en fiestas callejeras.
El supuesto "Renacimiento" tampoco fue una conciencia social o cultural de la época. Los monumentos romanos y sus ruinas eran completamente ignorados, cuando no vendidos como mera cantera de piedras. El Foro Romano no era entonces más que una enorme cantera de explotación alquilada, y los templos, almacenes. Teatros, termas, anfiteatros... eran destruidos para construir nuevas edificaciones. Los autores de los tratados de arquitectura y urbanismo presentaban proyectos de ciudades que no se inspiraban en absoluto en la herencia romana ni en las formas clásicas. En Roma, se destruyeron demasiados monumentos bellos; los mármoles se pulverizaban para obtener cal, y no se reconstruyó ninguna ruina. Esto a menudo se ha achacado al cristianismo, algo incierto. De hecho, la protección de ruinas romanas no provino de los humanistas, sino de la Iglesia: estatutos municipales, bulas papales e incluso lamentos como el de Eugenio IV son testimonios de una preocupación real por la destrucción. El propio Rafael, en 1518, escribió al Papa Médicis León X para quejarse. En los doce años que había pasado en Roma había visto derribar el templo de Ceres en el foro, la puerta triunfal de las termas de Diocleciano y una buena parte del foro de Nerva. Petrarca les acusó y lanzó contra ellos duras invectivas: "¡Oh Roma, tu pueblo arranca bellos mármoles de los muros venerables para hacer de ellos vil cal!". No había renacimiento alguno, sino más bien un desprecio sistemático que contrastaba con el autoensalzamiento iniciado en círculos aristocráticos. El Papa Eugenio IV intentó una restitución topográfica de la ciudad antigua mediante un inventario de monumentos insignes y una llamada al respeto por las ruinas. Los magistrados proclamaron estatutos que prohibían atentar contra los monumentos antiguos, y cien años más tarde Pío II promulgó una bula para proteger los monumentos que todavía quedaban en buen estado.
Petrarca es considerado tradicionalmente el padre del humanismo y uno de los primeros en usar la noción de una ruptura respecto a una "edad oscura", denigrando las obras de siglos anteriores para ensalzar las de la antigüedad romana. Sin embargo, este juicio no fue inocente; buscaba ensalzar la figura del príncipe sobre la ciudad en una estrategia contra el papado de Aviñón. Boccaccio, en sus escritos, intercaló elogios tanto a Dante como a Petrarca, reconociendo su papel en la evolución de las artes, y exaltó también al pintor Giotto como modelo de renovación estética. Pero esos elogios no eran ideológicamente neutros: estaban entrelazados con fidelidades políticas, como su apoyo a la dinastía angevina que gobernaba Nápoles, lo que revela que la cultura servía a intereses políticos. Era una forma en que los artistas se arrimaban a la corte formando una aristocracia. Debemos recordar que solo nos han llegado las voces de profesionales de la corte, quienes servían a una política. Las opiniones del público, de los hombres corrientes de variadas profesiones y vivencias, no están reflejadas en las obras literarias. Solo nos hablan quienes ganaban dinero escribiendo textos de complacencia que eran útiles como instrumento de propaganda.
Con este "renacimiento" comenzó, a su vez, una aristocracia cultural, una oposición proclamada entre "clarividentes" de las ciudades y "ciudadanos ignorantes" que no habitaban esos medios urbanos y cortesanos. Los humanistas eran oráculos autoproclamados del buen gusto. Ningún historiador puede ignorar que ese mismo interés artístico, asociado al Renacimiento, existía mucho tiempo antes. Señores, príncipes, obispos y cabildos se gloriaban de dar trabajo a artistas, de coleccionar todo tipo de libros, obras eruditas, y de tener una corte de poetas, escritores y hombres intelectuales que compilaban textos antiguos y los ponían al día. Sin embargo, en la Edad Media no se despreciaban las culturas populares. Contrariamente, las cosas se hacían en torno a los festejos populares. Y, sin embargo, con este renacimiento comienza la idea artística como algo que debe separarse del vulgo, y se consolida una aristocracia artística. El arte gótico, tan duramente atacado, sería elevado en Inglaterra, ampliamente usado en la arquitectura y decoración de casas señoriales, en la restauración de castillos, y en múltiples elementos urbanos, animado también por su propio nacionalismo. La pintura española fue durante mucho tiempo ignorada por las élites culturales europeas, hasta que comenzó a ser redescubierta y valorada en el siglo XIX, en el marco del creciente interés por los estilos pictóricos realistas y dramáticos. Pintores españoles, casi desconocidos todavía a principios del siglo XIX, como Murillo, Velázquez, Zurbarán, etc., comenzaron a ser altamente valorados en la cultura mundial.
La literatura también sería un vehículo propicio. Autores como Dumas producían novelas de capa y espada que respondían perfectamente al cliché: el noble perverso, lujurioso, codicioso, sediento de sangre y de venganza; el joven pobre pero valiente y honesto, paladín de las virtudes y de las reivindicaciones justas; la joven sensata y fiel. El Renacimiento no recuperó el mundo clásico en términos materiales ni espirituales, sino que lo utilizó como autoensalzamiento y como parte de juegos políticos. El concepto de Renacimiento es una etiqueta alegórica añadida a la etiqueta de Edad Media para aumentar la fuerza psicológica mediante el contraste, y con ello la mitología oscurantista que se quiso construir sobre el medievo.
La visión de que se intentaban destruir los libros es aún más deshonesta. Los monjes dedicaban su vida a la labor de copista en los scriptoria con los que se preservaron miles de obras de autores griegos y romanos que, de otro modo, se habrían perdido para siempre. De hecho, la mayoría de los textos clásicos que tenemos hoy en día nos han llegado a través de copias medievales. En la Edad Media se copiaban, estudiaban y comentaban textos griegos, latinos, árabes y hebreos. No hubo ruptura, sino continuidad intelectual. Ptolomeo fue leído y releído, publicado y comentado. Muchas traducciones del árabe al latín (Avicena, Averroes, Alhazen...) se realizaron en Toledo, con apoyo eclesiástico, y la colaboración de judíos, musulmanes y cristianos. Boecio, ya en el siglo VI, tradujo a Aristóteles y transmitió lógica antigua a la Edad Media. Tomás de Aquino, Alberto Magno, Juan Duns Escoto y otros teólogos medievales intentaron sintetizar fe y filosofía natural. Nunca se opusieron al conocimiento, sino que trataron de conciliarlo, evitando una ruptura con el mundo trascendente. Isidoro de Sevilla escribió una de las mayores enciclopedias de la historia: sus Etimologías no eran una simple taxonomía de definiciones como la enciclopedia moderna, sino un verdadero compendio del saber de las mayores obras de la humanidad. Fue el texto más leído de su época. Muchos de esos textos llegaron de hecho por la vía bizantina. Burgundio, nacido en Pisa en 1110, ofreció a Pisa el famoso manuscrito de las Pandectas, de juristas romanos, sobre los que se fundaban desde hacía ya varias generaciones contratos comerciales y sentencias de arbitraje. Este manuscrito fue considerado el más valioso del mundo tras la Biblia, hasta que 200 años más tarde los Médicis se apoderaron de él para colocarlo en su biblioteca, usando para el "Renacimiento" lo que los mercaderes de la Edad Media habían recogido.
Contra la idea de una escolástica retrógrada, que intenta dar la imagen de que la enseñanza se limitaba a repetir una serie de textos dogmáticos, una gran variedad de documentación obtenida mediante archivos de contabilidad municipales, archivos judiciales y registros fiscales, etc., atestigua ampliamente la existencia de maestros de escuela de profesión, de forma común en las distintas regiones. Muchos de ellos laicos, titulados como bachilleres en artes y derecho, profesionales remunerados, enseñaban a los niños a leer y a escribir, se enseñaba cálculo, etc. Documentos notariales y fiscales prueban que en ciudades medievales había tasas de alfabetización más altas de lo que se ha dicho, en particular entre clases medias urbanas.
Otra leyenda es que en la Edad Media se perseguía a los hombres de ciencia. Basta ver el mito de la persecución de Galileo por parte de la Iglesia, constantemente repetida en círculos científicos. Heers pone el ejemplo del mito de Colón, supuestamente movido por "la ciencia" y el "progreso", frente a unos "atrasados" españoles que creían que la Tierra era plana y que atrapados en la superstición no sabían hacer cálculos. Sin embargo, la realidad es la opuesta: Colón se equivocaba en sus cálculos sobre la distancia entre Portugal y Japón, y los españoles le corrigieron. "Los hombres de Salamanca eran verdaderos sabios", dice Heers. No hubo episodio alguno de oscurantismo, de torpeza intelectual, ni de intolerancia, sino que los españoles se dieron cuenta de que su proyecto era irrealizable. La verdad de esta historia es que los cálculos científicos los hicieron mejor los sabios de esa Iglesia española atrasada, que ya había fundado docenas de observatorios astronómicos en todo el mundo. También debe recordarse que eran miembros de la Iglesia figuras como Copérnico, Gregor Mendel o Roger Bacon.
El desarrollo de hospitales por toda Europa también sería fruto de la Edad Media. Fue la Iglesia quien dictó que donde hubiera una catedral, debía construirse también un hospital. Para Heers, en los juicios que se han hecho a la Iglesia, no se observa ningún intento de ser honesto, discutir luces y sombras, o tratar de comprender su postura. Simplemente se han diseminado burlas y muchas falsedades en el supuesto nombre de la iluminación y la razón.
Las "luchas religiosas" han sido otra fuente amplia de mitología. Las disputas políticas, territoriales y económicas en las que reyes, príncipes, aristócratas y repúblicas luchaban por controlar territorios, aumentar su poder, debilitar a sus enemigos o sostener alianzas, eran calificadas como "guerras de religión". Sin embargo, en gran medida, la causa confesional era un pretexto de lo que era pura estrategia geopolítica o interés económico. Aunque Heers no lo comenta, basta el ejemplo de la Francia católica aliándose con los protestantes alemanes para frenar el dominio católico de España, para ver cuánto hay de "religión" en esas "guerras religiosas". Muchas de esas guerras, por cierto, tampoco pertenecen a la Edad Media, sino al "Renacimiento". No se habla tanto de las masacres constantes y luchas de poder de esas ciudades prósperas italianas. Obispos y religiosos intentaban reconciliar a las familias y les imponían solemnes ceremonias de perdón, pero las querellas volvían a avivarse inmediatamente. La mayor parte de las guerras nada tienen que ver con la religión; muchas tienen que ver precisamente con su abandono, sin que nadie diga nada al respecto. Podríamos añadir a la crítica de Heers que ninguna "conversión" ha sido tan masiva como las producidas por las religiones seculares como el socialismo proletario o el globalismo tecnocrático, sin que sean objeto de la misma crítica que se hizo al cristianismo en Europa.
Hay muchas supersticiones, devociones populares, ritos, mitos y leyendas a lo largo de la historia, y en contra de la narrativa, la mayoría no son religiosas sino mitos seculares. El "derecho de pernada" (también llamado ius primae noctis o derecho de la primera noche) es otra leyenda falsa ampliamente diseminada, según la cual, un señor feudal podía acostarse con la esposa de un siervo en su noche de bodas antes que él. Hoy es ampliamente considerada como otra fábula reproducida y exagerada por los ideólogos de la Ilustración, y posteriormente por historiadores poco rigurosos. Incluso se ha dicho que el señor tenía derecho a destripar a campesinos para calentarse los pies. Las leyendas negras y los chismes inventados fueron la base de los "intelectuales ilustrados" de la Revolución Francesa y del Estado moderno.
Esos intelectuales de la moral condenaron los privilegios del pasado mientras no dijeron una sola palabra sobre los nuevos privilegiados. Atacaron duramente los diezmos y censos, pero no las cargas fiscales centralizadas, que eran mayores que los diezmos que tan severamente criticaban. No hicieron crítica del administrador corrupto del nuevo régimen, de los oportunistas y cortesanos sedientos de poder que medraban alrededor del nuevo Estado, del banquero urbano, el burgués especulador, los propios panfletistas que escribían a cambio de sus mecenazgos, etc. No dijeron nada sobre moral que no fuera un panfleto estrictamente circunscrito contra el feudalismo. Todos tuvieron el mismo discurso de forma sincronizada, con las mismas omisiones, de manera predecible. Todos ellos, casualmente, fueron protegidos de reyes y príncipes, beneficiarios inmediatos de la centralización de poder. Solo les preocupaba el feudalismo. Nada fuera de él. Por supuesto, ellos mismos no se percibieron a sí mismos como privilegiados perceptores de prestaciones que les libraban de realizar aportación productiva alguna a la sociedad mediante algún trabajo conocido. Algo que ha sido común denominador de ideólogos y aspirantes a vivir como tales hasta el mismo día de hoy.
Si se dejan a un lado las narrativas, es más que cuestionable si la caída del feudalismo no produjo precisamente más privilegios políticos, más impuestos, y un sistema político con un poder aún mayor sobre la población. Con la caída del feudalismo, los impuestos, los privilegios, los abusos... supuestamente todo eso dejaba de existir. Eso hicieron creer. Adversarios y partidarios del ideal republicano no se distinguían en nada. Todos condenaban el feudalismo a la vez que defendían la concentración de poder que daría paso al Estado autoritario moderno. Heers se olvida mencionar que el año en el que la Revolución Francesa proclamó la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", un hito de los derechos humanos según cuentan los libros, no se dijo en ella una sola palabra sobre la esclavitud, legal en esa misma Francia iluminada, y un pilar fundamental del oscuro sistema colonial de esos mismos días. Isabel la Católica la había prohibido en España siglos antes. Aunque ciertamente desigual en su aplicación, muchos libros de historia no dicen una palabra al respecto, ni de los teólogos de la Escuela de Salamanca, precursora de los derechos universales, mientras cuentan el supuesto "hito" revolucionario. Algunos ideólogos franceses al menos lo criticaron, debe decirse a su favor.
En línea con la tesis de Hermann Heimpel, la modernidad no nació con libertad alguna, sino con un aumento del poder centralizado. La burguesía no fue el agente original del cambio, sino las luchas de poder político. Los juegos de poder de los príncipes descritos en Maquiavelo fueron el motor de la modernidad. Para centralizar el poder y controlar todas las regiones, los reyes necesitaban reducir la autonomía de los señores y del sistema de feudos, por lo que a partir de los siglos XIII-XIV fueron expandiendo estructuras estatales más centralizadas en torno a una administración real, los impuestos centralizados, el derecho escrito, el ejército central, imponiendo tribunales reales sobre los locales, etc. La consecuencia fue que el feudalismo fue perdiendo fuerza, siendo sustituido por monarquías absolutas y, posteriormente, por el Estado centralizado. El primer enemigo del feudalismo era el rey y sus consejeros. Para poder conseguir el poder central, debían deshacerse de señores, nobles, abades, etc. Necesitaban suprimir las particularidades y los derechos privados para poder convertir a toda la población en súbditos directos del rey. Se emprendió la supresión obligatoria de los derechos feudales y las corveas, las expropiaciones y desamortizaciones a la Iglesia, etc. Toda comunidad gestionada en torno a un noble o monasterio, todo vínculo social local, todo intermediario, debía ser eliminado para que todo el mundo respondiera en todas partes "igual" ante el rey. Misma fórmula de propaganda del Estado autoritario moderno. La otra corriente enemiga del feudalismo eran los revolucionarios y reformadores, inspirados por las técnicas administrativas del Estado, orientados hacia el orden, la recaudación, la planificación, etc. El rey otorgaba a los señores privilegios y representación en las cortes a cambio de su adhesión a la centralización del Reino-Estado.
El propio Maquiavelo expuso con claridad cómo el orden político medieval era incompatible con la concentración de poder, que necesitaba en primer lugar un Estado fuerte y centralizado. En este proceso de centralización situamos el inicio del Estado autoritario moderno, y las narrativas que han ido creando los beneficiarios de la concentración de poder, promocionados como "intelectuales" o "artistas". No debe verse con buenos ojos más que la ideología que supone centralizar el poder sobre la sociedad. Los panfletistas eran los clasistas de la ciudad, las aristocracias culturales al servicio del aparato centralizado. Ellos son quienes han suprimido la costumbre local de los pueblos, aniquilándolos bajo una maquinaria burocrática asbolutista sobre toda sociedad. Tras el nuevo cliché de "pueblo", ellos son los que han impedido que la gente se autogobierne, convirtiendo municipios medievales en repúblicas administrativas burguesas o, más adelante, maquinarias socializadas.
Los procesos religiosos en la Edad Media estuvieron llenos de matices, reflexiones y cuestionamientos internos, y no se ha hecho esfuerzo alguno por tratar de entenderlos y analizar la propia evolución dentro de la Iglesia. Todo se expandió cuando en Francia, en Inglaterra y en otros lugares, tras las revoluciones, se hizo un movimiento violentamente antirreligioso, con ello la excusa no solo para matar a los clérigos, sino para quitarles todas sus posesiones: monasterios, bibliotecas, hospitales, tierras, abadías, colegios, obras de arte... el expolio fue masivo. En lugar de un saqueo violento, se ha llamado justicia. Algunos de esos bienes pasaban al Estado, y "el Estado es el pueblo", decían los propagandistas. En la práctica, la mayor parte de estos bienes pasaron a las manos de las nuevas élites y aliados del poder, así como a especuladores y grandes rentas que aprovecharon la oportunidad. La propiedad no se distribuyó, se concentró aún más, consolidando a una oligarquía más ambiciosa, acaparadora, especuladora y poderosa que las anteriores. La revolución no eliminó el poder, no redujo la carga fiscal, ni mejoró las relaciones de las comunidades, solo reorganizó las clases dominantes concentrando más su poder. En los años 1830-1860 nunca se habló de la acaparación de bienes acontecida, de los especuladores y traficantes de bienes nacionales, ni de los oportunistas beneficiados de las luchas de poder, ideólogos de Estado, proveedores de ejércitos, nuevos ricos y financieros poco honestos que formaban parte de ese "pueblo" beneficiado. El espíritu de progreso moral solo mostraba su odio hacia aquellos castillos y terrenos de nobles que todavía no habían podido confiscar o comprar por una fracción de su precio en el nombre de la fraternidad, la libertad y la igualdad. Los beneficiarios del nuevo orden político-económico, auténticas dinastías de especuladores, son quienes precisamente han dictado durante mucho tiempo la historia y los libros de las escuelas, moldeando el cerebro para recibir al Estado autoritario moderno. Seguimos siendo herederos y cómplices de un combate ideológico que ocultó la realidad para imponer una narrativa.
Pretender que la felicidad de los hombres viene con el simple advenimiento de instituciones y sistemas políticos centrales, bien puede ser el mayor mito de todos. El reguero de sangre del culto al Estado y el culto al partido que vinieron con los panfletistas del Estado moderno, no resiste comparación alguna. Los ideólogos de la centralización socializada y del mercantilismo industrial han sido infinitamente más calculadores, sanguinarios y sedientos de poder que cualquier batalla medieval o cruzada cristiana.
Capitalistas y revolucionarios han coincidido generalmente en establecer una ruptura entre la economía medieval, descrita en su versión más amable como un mundo artesanal, cuando no directamente miserable. Contrasta con la existencia de tratados de economía agraria que evaluaban costes de productividad y el rendimiento de cada cereal, entre otros. Esto evidencia una gestión racional y basada en la rentabilidad y productividad de tierras, pastos, viñedos, bosques y ganado. Ningún historiador serio sostendría hoy la hipótesis de una economía rural constantemente al borde del desastre y una sociedad teñida de angustia, desgracias y barbarie. El propio crecimiento demográfico contradice la versión de la carencia constante. Existía un equilibrio, quizá desigual, pero cierto, incluso con la presencia de duras epidemias, que generalmente eran capaces de reponer rápidamente los vacíos poblacionales. Adicionalmente, fueron años de expansión hacia las Islas Atlánticas, desde Canarias a las Antillas, y luego hacia Brasil y Nueva España. Estas exploraciones se llevaron a cabo durante más de 500 años bajo el control del señorío.
Por otro lado, es cuestionable la existencia de un punto de corte definido entre lo "medieval" y lo "moderno". Distintas ciudades con alta actividad comercial e intercambios en Italia, Alemania e Inglaterra, entre otras, no esperaron la llegada del "Renacimiento" para innovar en los negocios y en la actividad financiera, y para desarrollar una próspera actividad comercial y múltiples formas de innovación empresarial. La economía de mercado y de los intercambios comerciales se había extendido ampliamente en Occidente mucho antes del siglo XV. Este auge del comercio, los intercambios y la navegación no puede situarse simplemente a partir del punto de corte llamado "Renacimiento". A veces se ha denominado precapitalismo, el cual nace en la Edad Media. La teoría más extendida es que el sistema feudal tradicional, basado en rentas en especie (grano, trabajo, etc.), se enfrentaba a una economía cada vez más orientada al dinero. El crecimiento de las ciudades y del comercio desplazó el centro de poder económico desde las tierras, el intercambio de rentas y los derechos, hacia la burguesía urbana. Los nobles vieron en la guerra una solución a su pérdida de relevancia y riquezas. Sin embargo, este proceso economicista lineal y este supuesto declive de la nobleza ha sido cuestionado. Por un lado, el comercio también benefició a los productores, particularmente a los que vivían en zonas de mayor actividad comercial. Algunos nobles se adaptaron, otros prosperaron, y otros cayeron en desgracia, en una época de gran prosperidad o, al menos, de equilibrio, a pesar de la existencia de luchas, algunas malas cosechas y problemas demográficos.
Se ha afirmado, siguiendo a Max Weber, que los mercaderes cuestionaron crecientemente a la Iglesia por poner obstáculos a la circulación de dinero e impulsaron la Reforma Protestante. Esto crearía una "nueva Iglesia" contra Roma, para la cual el dinero y la acumulación no fueran contrarios a Dios, y promovería una "libertad de pensamiento" contra un "oscurantismo paralizante". Sin embargo, las declaraciones y lo que se hace en sociedad no es exactamente lo mismo. Aunque la Iglesia condenaba la usura, nada indica que hubiera represiones efectivas por parte de la Iglesia, más allá de un número reducido de procesos y multas. Hombres de negocio y hombres de Iglesia se entendían mejor de lo que se ha dicho. Unos y otros sabían transigir, y generalmente había prudencia y buen tono. El prestamista era tolerado si era razonable, moderado en sus exigencias, actuaba en beneficio de la comunidad o compensaba parte de sus ganancias con donaciones. A veces se disfrazaba un préstamo como un contrato entre socios, en el que uno ponía el dinero y el otro realizaba el trabajo, repartiendo los beneficios. En la práctica, había entendimiento y un clima prudente por ambas partes.
La propia Iglesia había matizado su posición en determinados puntos y reconocía que los beneficios del dinero se volvían lícitos cuando el servicio ofrecido era importante para la comunidad o existía un riesgo significativo en la empresa llevada a cabo. Dominicos y franciscanos estuvieron, de hecho, muy vinculados al mundo de los negocios y realizaron amplias justificaciones teóricas a un gran número de prácticas financieras, ligándolas con el bien común. En realidad, había toda clase de prácticas mercantiles autorizadas. En Italia, las commenda, las societas, colleganza, compañías florentinas de base familiar, compañías genovesas a carati, algunas ante notario, con multas sobre los retrasos. Se realizaban préstamos de riesgo marítimo que ayudaban a armar navíos y servían como seguro. Se han documentado tasas de interés entre el 7 y el 12%, un nivel perfectamente razonable.
Se permitía al usurero reparar sus errores para escapar del brazo secular o de la Iglesia, principalmente mediante donaciones a los pobres. También, en el ocaso de su vida, legaban a menudo una parte a hospitales o financiaban ciertas realizaciones sociales. Existen pruebas de ello, por ejemplo, el hospital fundado en Prato por un prestamista llamado Francesco Di Marco Dattini, o la escuela de gramática Iávaco financiada por el usurero milanés Tomás Ograsi, o en Padua la capilla de los Scrovegni, etc. En definitiva, el comercio medieval escapa a la imagen caricaturesca y, mucho más, a la leyenda negra del miserabilismo. El préstamo con interés se practicaba en todas partes, simplemente con cierta prudencia por parte de todos.
Se ha hablado mucho de los prestamistas judíos, pero esto necesita el contexto debido. Muchas familias ciudadanas se sirvieron de los israelitas para no parecer ellas mismas las usureras, y muchos capitales cristianos estaban en manos de judíos. Muchas recriminaciones sociales en malas épocas se saldaron con la expulsión de judíos o lombardos. La gente del pueblo apoyaba que fueran señalados como chivo expiatorio porque así podían demorar sus deudas o cancelarlas, y los mandatarios tenían una fórmula fácil para señalar culpables externos y apaciguar a las masas furibundas con la expulsión de una minoría. Los judíos hallaron con frecuencia refugio en obispos y abades tras los muros de los conventos. Fueron Roma y el Papa quienes acogieron a los judíos expulsados de España por los edictos de los Reyes Católicos. No fue una cuestión principalmente religiosa -otros grupos como los lombardos sufrieron un destino similar-, sino más bien de oportunismo político y financiero. Muchas veces los prestamistas eran nobles, o gente de la ciudad, e incluso miembros de la Iglesia. No obstante, también un gran número de estos servicios de préstamo eran familiares, por amistad y realizados de forma gratuita.
Mientras que en Francia, la Guerra de los Cien Años ciertamente supuso dificultades, durante ese mismo periodo otros países se enriquecieron ampliamente, como Inglaterra, nutrida con el fruto de sus conquistas. En Inglaterra no hubo decadencia alguna, ni en las ciudades del sur de Alemania, cubiertas de oro, y tampoco en Italia. La economía moderna simplemente quiso dar vía libre a lo que podríamos denominar explotación del trabajo por el capital, sin ningún freno moral o social, hasta llegar a una sociedad dominada por el consumismo y la máquina, como ya expuso Ellul.
Aún más, es legítimo preguntarse si el campesino no podía, en realidad, tener mayor libertad y gozar de más ventajas fiscales viviendo en el campo. Se dice que las ciudades eran libres en contraposición a ese campesino explotado. Sin embargo, afirmar que las libertades económicas, financieras y administrativas se consolidaron más tempranamente en las ciudades que en las comunidades aldeanas es incierto. Sabemos que en Italia, donde abundaban las ciudades que se nos presentan como los ejemplos perfectos de las repúblicas mercantiles libres, prósperas y avanzadas, se habían codificado estatutos comunales antes en muchas aldeas, donde había autonomía real con derechos de mercado y de justicia. Muchas aldeas eran, en realidad, infinitamente más democráticas que las repúblicas italianas o que nuestras maquinarias administrativas actuales, por mucho que las queramos llamar "democracias". Ni para organizarse, ni para promulgar reglamentos, ni para designar responsables, ni para lograr que su señor reconociera determinadas libertades individuales o colectivas, los campesinos iban por detrás de las ciudades comerciales. Por ejemplo, la carta de Lorris, otorgada por Luis VII en 1155, fue adoptada por 83 comunas. O la carta de Beaumont en Aragón, de 1182, que encontramos en centenares de pueblos de Champaña y Borgoña, o Prisches en Henao... ¿Cuántos habitantes tenían Lorris y los pueblos de su alrededor? No eran centros ni de producción ni de distribución. No había burgueses, sino campesinos y artesanos de la fragua, del molino y del horno. Como mucho, existía un mercado de cosechas y ganado, semillas, herramientas agrícolas, cerámica, paños... No faltan pruebas de que pueblos ganaderos y boscosos obtuvieron muy temprano cartas de libertad e incluso cartas municipales, beneficiándose de una verdadera libertad individual y colectiva. Y probablemente, estas simplemente registraban derechos que existían con anterioridad, que venían de aún más atrás.
Muchos de los grandes municipios que encabezaban la "libertad" se encontraron con que sus magistrados no disminuyeron las luchas, sino que las aumentaron, para finalmente solicitar al príncipe que recuperara todo su poder. En las ciudades existió, por supuesto, el clientelismo, la movilización de masas y la demagogia, pero no un consenso democrático. Diversas comunas de la Isla de Francia (Île-de-France) y de Picardía se suprimieron por propia voluntad hacia 1300: Sena (1318), Compiègne (1319), Melun (1320), Saint-Lys, Soissons, Provins, etcétera. Muchos de ellos bajo consulta. En Provins, por ejemplo, participaron 2.701 personas, de las que 350 eran mujeres. 2.545 votaron por la vuelta del rey y solo 156 en contra. Es cuestionable si había más asambleas urbanas o, precisamente, más asambleas rurales. Y es cuestionable si muchas de esas aldeas rurales no eran, en realidad, más democráticas que esas modernas ciudades. En muchos de estos lugares rurales "atrasados" había más decisiones tomadas mediante consultas populares que en lo que llamamos "democracia" incluso a día de hoy. Había instituciones estrictamente campesinas que eran solidarias ante el impuesto, resolvían litigios, tenían representantes, responsables con poderes de decisión, y existían antes que en la ciudad. Había también un papel para las iglesias parroquiales. La paz, impuesta a menudo por el obispo, ofrecía un refugio inviolable alrededor de la iglesia, a más tardar desde el año 1100. Las cofradías promulgaban reglamentos de gestión rural basados en la experiencia y la tradición, prestaban dinero, herramientas, semillas, animales de labor, etc. Estas cofradías se comportaban como verdaderos municipios.
Nos han enseñado que las ciudades afortunadamente se habían liberado de la opresión de su señor, generalmente del conde o del obispo, gracias a las revueltas populares, o al menos burguesas, que habían conseguido grandes ventajas, y que a partir de entonces llegó la libertad, dejando atrás la barbarie del feudalismo. Sin embargo, esto es una falsedad: las cartas no se obtuvieron tras una revuelta, sino que fueron fruto de tratos o de compras. Las convulsiones políticas y los motines fueron raramente impulsados por burgueses, como se nos ha dicho. Los burgueses, en muchos casos, se limitaron a apoyar a algunos de los adversarios contra el otro para su propio beneficio, apoyando según convenía al conde, a los obispos, las revueltas, y todo aquello o lo contrario, siempre que pudiera resultarles rentable. Lo "popular" es otra etiqueta de lenguaje vacía, en la que había vecinos, gremios, comerciantes, burgueses, etc., con sus propias discrepancias internas, y quienes simplemente aprovecharon las situaciones según su propio beneficio particular. El municipio no fue un movimiento de revuelta popular unificada, sino simplemente el resultado de las disputas sociales que ha habido en toda época humana. En Pisa, por ejemplo, el partido denominado "del Pópolo" surgió de querellas entre las ricas familias nobles, ampliamente provistas de feudos en las montañas. En Génova también tomaron la iniciativa y la dirección del Partido Popular para oponerse a otros nobles, igual que ellos. Nada cambió tras el ascenso al poder de los Popolari. Tras todos los partidos "del pueblo", no había otra cosa que guerras por el poder entre clases de las grandes familias, nobles, consejeros reales, y, en definitiva, aspirantes al poder variados. No hubo ningún movimiento único llamado "pueblo", ni siquiera "burguesía", ni en absoluto fue un contagio general, ni transformó las costumbres políticas y estructuras sociales en toda Europa. Las consecuencias fueron distintas, por ejemplo, en el norte o en el centro de Italia, pero no en otras muchas regiones. Venecia, Génova, Florencia, Estados Pontificios, Roma... En algunas ciudades como Flandes, enriquecidas por sus industrias pañeras, lograron obtener del conde una autoadministración. Las supuestas libertades de las ciudades son más cuestionables de lo que se ha dado a entender. Por ejemplo, en Milán, un campesino que se estableciera en la ciudad no tendría pleno derecho de ciudadanía hasta no haber residido durante 30 años. Y si sus familiares seguían trabajando en la tierra, no podía serlo nunca.
La ciudad mercantil vivía día tras día con la obsesión por la traición y el complot, con la sospecha, la delación, el encarcelamiento y la ejecución de los enemigos del pueblo y del partido. A veces de forma disimulada, por personas interpuestas pero fieles y estrictamente dependientes, como por ejemplo los Médicis, el gobierno "moderno" no hizo otra cosa que reforzar los poderes. Mientras se hablaba de la historia del pueblo florentino o de la historia de los venecianos para autoexaltar las formas "modernas" de gobierno. Por no mencionar las Historias florentinas de Maquiavelo. En cuanto se libraba ella misma del control real o principesco, la ciudad se pasaba la mayor parte de sus días en guerras internas. Las ciudades mercantiles de Italia, presentadas como ejemplos de paz urbana y sofisticación, invadían las regiones circundantes con el fin de aumentar todavía más su señorío. Lanzaban basura y cuerpos de animales muertos por encima de las murallas para infestar y provocar epidemias. Al final del verano, esas bandas de saqueadores, hombres ciudadanos del municipio, regresaban a casa con el botín, prisioneros (mujeres y niños, sobre todo, puesto que masacraban a los hombres), animales, trigo, vino, etc. Se practicaban decapitaciones en la plaza pública, imágenes de horrores que los libros no muestran muy a menudo.
Desde el siglo XII, la ciudad burguesa de Italia se cubrió de fortalezas privadas. Un rasgo esencial del paisaje urbano, bajo el cual el fenómeno de las guerras civiles se ha ocultado durante mucho tiempo. Solo en Florencia se podían contar más de 100 torres señoriales, de las grandes familias de mercaderes; en Bolonia, más de 200. No es la imagen de una ciudad pacífica, sino de una ciudad en plena guerra civil. Solo los papas lograron conquistar poco a poco todas esas ciudades fortaleza.
La cultura es ante todo un vehículo de propaganda, según se quiera dirigir el espíritu social a un destino u otro: a lo clásico, a lo realista, o bien a lo rupturista, lo vanguardista, etc. El papel del arte en los juegos de poder es pura psicología de masas. De ahí la proliferación de una élite de "artistas" e "intelectuales", siempre cercanos al poder. Cada galería de arte, más recientemente cada película, cada canción difundida por medios de masas, lo que aparentemente parece una inocente "entrevista" en la radio, está realizando una labor psicológica y de orientación del pensamiento de la población, por tanto una labor distinta a lo que todo el mundo cree. El sistema ejerce una labor sobre el cerebro de las personas los 365 días del año, en todas partes. Ningún artista es promocionado por el sistema si no apoya de vez en cuando ciertas cosas en público, o su obra no desliza ciertas ideas o cierta atmósfera. Es evidente que la propaganda ha adquirido un carácter mucho más sistémico que en siglos anteriores.
La función fiscal es un procedimiento inherente a todo tipo de gobierno y ha existido en tiempos medievales, en Occidente, en Oriente, en ciudades comerciales, etc. No obstante, en todas partes ha sido más profunda que la de los señores feudales, y sin embargo, se ha querido hablar solo de los impuestos del feudalismo. Pocas novelas o películas de cine se han dedicado a la recaudación sistemática de Hacienda y a los funcionarios del Estado moderno. En los tiempos de la "barbarie feudal", los impuestos no eran ni más numerosos ni más elevados de lo que lo fueron anteriormente, ni de lo que han sido posteriormente. Ciertamente, para crear la sociedad industrial, la relación humana debía pasar a un segundo plano para poner la producción de objetos en primer plano. Este proceso culmina con nuestra tecnocracia y un aparato robotizado de vigilancia y control. Que nadie pretenda decir que ese mundo burocratizado, tecnificado y deshumanizado es una iluminación. Y esto, lejos de ser reaccionario, es una crítica y una advertencia que ya desarrollaron la Escuela de Frankfurt, llegando hasta Foucault, Marcuse, Baudrillard... pasando a la filosofía científica de Nick Bostrom, Martin Rees, etc.
La historia ha sido, sin duda, más orgánica, simbiótica y diversa entre los actores que los conceptos y taxonomías que han vendido los panfletistas del Estado. Contra la visión peliculera de "amos y siervos", la mayor parte de la vida transcurría en aldeas, señoríos y ciudades que implicaban muchísimas profesiones: labrador, herrero, hornero, panadero, cocinero, cervecero, carnicero, pescadero, lechero, aparcero, viñador, hortelano, aceitero, pastor, vaquero, estabulero, leñador, recolector de resinas y plantas, apicultor, cazador, guardabosques, artesano, herrero, carpintero, cantero, alfarero, tejedor, tintorero, zapatero, sastre, vidriero, fundidor, forjador, armador, cestero, marino, grumete, mercader, vendedor ambulante, tabernero, posadero, cobrador, cambista, notario, escribano, recaudador de impuestos, botero, boticario, librero, copista, mayordomo, alguacil, capataz, preboste, mensajero, recadero, sacerdote, clérigo, monje, abad, maestro de escuela, médico, caballero, soldado, forjador de armas, vigía, hilandera, tejedora, lavandera, comadrona, herbolaria, ama de cría, cocinera, sirvienta, matrona, pintor, iluminador, escultor, juglar, trovador, bufón, mimo, titiritero, músico, poeta... La llamada "Edad Media" fue una época, lejos de oscura, llena de color y con una rica actividad social.
Otras etiquetas de lenguaje han sido paralelas en el desarrollo de la mitología de la política moderna, como el supuesto "contrato social", otro invento de panfletistas que hace alusión a un contrato imaginario que nadie ha visto, nadie ha leído y nadie ha firmado. Y por tanto no puede ser ningún contrato, no tiene consentimiento alguno, no puede resolverse, ni puede tener validez jurídica alguna como tal, y cuyo árbitro es el mismo Estado que lo impone coactivamente. Esto es lo que han defendido los supuestos "intelectuales", además de reformadores, hombres de Estado, financieros, oligarcas industriales, revolucionarios, pedagogos diseminados en las escuelas e institutos, y, en definitiva, oportunistas de toda clase beneficiados del nuevo reparto de poder. Ciertamente existieron "revueltas campesinas" a lo largo de los siglos, pero contrariamente al pretendido componente de "clase" sistémico, surgieron bajo condiciones locales: descontento, hambrunas, inseguridad, reclamaciones, etc, que se dieron de forma dispersa y heterogénea. Por otro lado, también se produjeron por los mismos motivos revueltas urbanitas, nobles, gremiales, burguesas, entre aldeas, clanes, etc. La etiqueta "clase" pretendidamente impone una imagen no solo reduccionista, sino sistémica, estática y uniformadora de una realidad mucho más heterogénea, particular y cambiante. Reflexionando sobre Marx, creo que comprendió el poder de la etiqueta semántica sobre la realidad, y que produjo su propia narrativa basada en un sistema de categorías simple, sabiendo que producían una visión reduccionista. El Marx sociólogo tuvo más mérito en algunos puntos de lo que le han reconocido sus detractores. El Marx político ha sido un personaje más maquiavélico y calculador de lo que se ha escrito sobre él.
La política moderna se define por dos elementos fundamentales: el progresivo aumento de su eficacia operativa controlando la sociedad, y su progresiva abstracción. Mientras que las relaciones feudales implicaban una relación personal más directa, que exponía y hacía vulnerable a quien pudiera cometer abusos, la política moderna se ha caracterizado por ir despersonalizando el ejercicio del poder, transfiriéndolo a una maquinaria administrativa, haciéndolo indescifrable. Hoy solo existe una maquinaria administrativa ante la que las personas salieron perdiendo, al no haber una persona responsable directa a quien señalar, o a quien quitar del medio, si abusa de su poder. Contrariamente, todo abuso feudal implicaba un peligro personal para quien cometiera dicho abuso, y hubo muchos ejemplos de revueltas. Un ejemplo en España fue el de Ochoa de Espinosa. Los campesinos, hartos de sus abusos, lo mataron a palos. La modernidad ha eliminado esta homeostasis directa en las relaciones, creando un poder omnipotente y un pueblo impotente. La capacidad de imposición y abuso son un hecho de la progresiva sofisticación de la técnica, no una cuestión de juegos de lenguaje ideológicos, que es precisamente la cortina de humo usada para que la población no entienda lo obvio. La evolución de las instituciones no las ha hecho más democráticas, sino, al contrario, más refractarias a la influencia de las personas. La recopilación administrativa de datos de las personas durante siglos, y la sofisticación de las tecnologías de vigilancia y control, conducen inevitablemente a una tecnocracia progresivamente autoritaria hasta producir un control social absoluto, casi forense de las personas. El sistema se dirige hacia la dictadura más sistémica y sofisticada que haya conocido la humanidad.
Muy en línea con autores como Jaques Ellul, la propaganda busca destruir las formas sociales para producir formas de dominio técnico. Max Weber, padre de la sociología moderna consideró que la burocracia del Estado moderno era la forma de dominación más eficaz, por su racionalidad estratégica. Hannah Arendt entendió que la política moderna incentiva la deshumanización de toda la sociedad, dado que la persona dentro de una estructura burocrática deja de sentir una responsabilidad personal, hasta las atrocidades que, consistentemente, fueron sucediendo durante toda la modernidad. El discurso de las "desigualdades" con las que venden el proyecto del Estado autoritario parte de la falacia de convertir en justa una acción por el mero hecho de aplicarla a todo el mundo por igual. Sin embargo, algo no se convierte en un bien moral por el mero hecho de que se le imponga a todo el mundo por igual. Esta falacia es visible entre quienes mantienen tales esquemas panfletistas de justicia, reducidos a la mera forma, al proceso, a la aritmética (sea uniforme, sea progresiva...). Muestra perfectamente el razonamiento tosco que meramente reproduce el esquema mecanizado de la operativa administrativa. La psique se reduce a reproducir el mismo proceso del sistema, como bien mostró Ellul.
Queda claro que a nivel político lo importante son las narrativas, no los hechos. El ser humano tiene un problema grave con el lenguaje. La obra de Jaques Heers no es solo una lección de historia, es una lección magistral de psicología. Neurocognitivamente, el hecho de etiquetar una historia compleja en una etiqueta cognitiva como "edad media" o "masa campesina" produce un heurístico, generando un sesgo de etiquetado (labeling) y agrupamiento (clustering bias) bajo el cual la realidad desaparece. Unas pocas etiquetas de lenguaje se superponen, creando una serie de imágenes mentales simples que actúan como clichés que acaban siendo la base del razonamiento de las personas. El pensamiento literalmente es atrofiado, e impide realizar cualquier razonamiento. Los Maquiavelos de la política moderna, lo que entendieron precisamente es que es más efectivo convencer a las masas con unas pocas etiquetas enfáticas (patriarcado, antivacuna, negacionista) que decirles la verdad, hacerles pensar, o tener que dar a la gente toda clase de explicaciones complejas. Lo entendieron perfectamente. El cerebro del ser humano vive atrapado en una serie de clichés sobre el mundo, y no puede salir. La frecuencia de uso que una persona hace de etiquetas de este tipo me temo que es una estimación certera de su inteligencia, y proporcional a la resolución de sus esquemas cognitivos. Razonar con una persona que no tiene en la cabeza nada más que un puñado de este tipo de etiquetas es una de las cosas más difíciles a las que un ser humano repleto de conocimiento y paciencia pueda enfrentarse.
La política actual, los medios de comunicación, pueden considerarse técnicas de lenguaje diseñadas para romper la comunicación, mediante la diseminación sistémica de clichés impuestos con violencia sobre el propio proceso de comunicación. Así se impide cualquier razonamiento y que se pueda arrojar algo de luz sobre tema alguno. El desfile de personas espectacularmente mediocres y zafias como "tertulianos" en las televisiones y radios en las últimas décadas responde a esta estrategia. El objetivo es llevar cualquier conversación automáticamente al fango, e impedir el razonamiento interrumpiendo la comunicación mediante clichés. Su función no es tanto convencer de una idea, como simplemente cortocircuitar que se arroje luz sobre algo. Saben perfectamente lo que están haciendo. El problema es que el Estado conoce bien a las personas, mientras las personas no tienen ni idea de cuales son los objetivos del Estado.
Para finalizar, el eje central de Heers en el fondo es la lucha política. Es difícil creer que tanta gente, aún a día de hoy, piense que el sistema se reconfigura avanzando para lo contrario de aumentar su eficacia y sistematicidad controlando a la población. Millones de personas siguen creyendo semejante idiotez.
"¿Hace falta comparar esos cánones de entre el 5 y el 10% con los que hoy pagamos por la seguridad social y por los costes de nuestros sistemas de enseñanza?". Jacques Heers.
EDAD MEDIA COMO CONCEPTO PROPAGANDÍSTICO
La Edad Media no es una realidad histórica natural, sino que es una categoría cognitiva, una etiqueta de lenguaje que no fue desarrollada por quienes vivieron tales años, sino que fue creada posteriormente. Supone un intento de cortar la historia en unas pocas "rebanadas", dando una imagen en bloque, como si las personas hubieran vivido una misma vida desde los tiempos de la caída del Imperio Romano, tanto en los países del Norte de Europa, como en las costas del Mediterráneo, bajo un mismo tipo de economía, y una misma cultura, en todas partes, durante diez siglos. El concepto de Edad Media transmite la idea de un estado primitivo del hombre, como si solo hubiera alcanzado un estadio intermedio en la evolución, y los nacidos en años posteriores fueran parte de un orden superior. La consciencia del hombre "moderno" se construye necesariamente contra la narrativa de ese hombre "medieval", mitología central y leyenda negra necesaria para el desarrollo del Estado centralizado hobbesiano moderno.No existe una fecha objetiva para marcar el inicio de la Edad Media. Lo que se denomina "caída de Roma" es en realidad una transformación gradual, cuyo inicio podría situarse tan pronto como en el siglo I, o hasta 500 años después, según se utilice como criterio la abdicación de Rómulo Augústulo, el proceso de declive institucional generalizado, el inicio de las invasiones bárbaras, u otros criterios. Por otro lado, muchos reinos "bárbaros" no renegaron de toda herencia romana y conservaron instituciones, patrimonio, estructuras jurídicas y sociales heredadas, etc, generando más una continuidad bajo nuevos jefes que una ruptura. Esto implica que había sociedades que continuaban siendo más romanas que "medievales". Contra el mito de una economía atrasada, muchas áreas tuvieron una prosperidad notable.
Adicionalmente, se olvida que el Imperio Romano continuó existiendo en Oriente. Bizancio no fue un remanente arqueológico, sino una superpotencia cultural, religiosa, militar y económica, que controlaba extensas regiones de Anatolia, los Balcanes, Grecia, Siria, Palestina, Egipto, el norte de África, y a ratos buena parte de Italia y del sur de Hispania. El emperador Justiniano I en el siglo VI tuvo como política reconquistar el legado romano perdido en Occidente, recuperando incluso Italia (Roma incluida), pese a que no lograron resistir mucho tiempo a los germánicos. Bizancio de hecho siguió usando el derecho romano mediante el Corpus Iuris Civilis, que Europa recuperaría a lo largo de la Edad Media tras encontrarse en Pisa una copia del manuscrito de Justiniano (Digesto). La marginación historiográfica de Bizancio no es una casualidad, sino una decisión ideológica. Es un imperio esplendoroso, culturalmente rico, potencia mercantil y militar, y además cristiano, por tanto una amenaza para la mitología que los ingenieros sociales del Estado moderno necesitaban diseminar. La historiografía construyó un silencio deliberado: desde Roma hasta el Renacimiento solo hubo "1000 años de oscuridad". Los panfletistas han intentado dar una imagen alegórica en la que se fue hasta el sol. Este cliché, absurdo para cualquiera que se detenga dos segundos a pensar lo que está diciendo, continúa formando en buena medida la conciencia del hombre "moderno" hasta el día de hoy.
Cellarius publicó en 1688 su obra Historia de la Edad Media, siendo quizás la primera mención formal de tal terminología. Las personas que vivieron dentro de todos aquellos siglos no se consideraron nunca "medievales" a sí mismos, ni pensaron que estuvieran viviendo ninguna "oscuridad" en ningún momento. Esto fue una narrativa posteriormente creada por propagandistas, los cuales inventarían otras etiquetas como "Renacimiento", "Siglo de las luces", etc, en claro contraste con los "tiempos oscuros", reforzando la visión histórica hegemónica que perdura hasta nuestros días.
EL MITO DEL SEÑOR FEUDAL Y EL SIERVO
Los historiadores confunden constantemente las estructuras políticas y el régimen de explotación de tierras. Todavía hoy se cae en el error de hablar de "economía feudal" o de "sociedad feudal". Los libros de historia hablan indistintamente de "campesinos", "siervos", "vasallos", "súbditos"... sin importar si eran tenentes libres o incluso propietarios de pequeñas parcelas. Feudalismo y señorío son, indiscutiblemente, de naturaleza distinta. El señorío rural no es en absoluto un producto del feudalismo, sino que se desarrolló al margen de él y se mantuvo mucho después. Existían señoríos diversos que no formaban parte de un sistema feudal, pudiendo ser propiedad de ciudades, monasterios, burgueses, etc. Existía un control local del territorio y derechos sobre los campesinos (jurisdicción, renta, corveas). Un señorío era un conjunto de tierras, en parte explotadas directamente por el señor, pero que también podía dividirse en tenencias, granjas, fincas, aparcerías, etc, confiadas a diversos arrendatarios bajo distintos acuerdos económicos.La imagen antagónica caricaturiza a señores y campesinos como simples relaciones de explotación, en las que el "siervo" estaba encadenado a la tierra del "señor", realizando trabajos forzados en los que apenas sobrevivía. Esta narrativa supone que solo existían campesinos en tierras señoriales, como si no poseyeran nada en propiedad y como si no obtuvieran ninguna ventaja de su trabajo. Sin embargo, los análisis realizados a partir de actas notariales muestran una gran complejidad de jerarquías sociales, en la que existían diferentes grados de responsabilidad, diversos roles y rangos, desde supervisores, oficiales, encargados, recaderos, guardas, pastores, prebostes, segundos vasallos, etc. Muchos campesinos eran tenentes libres o incluso propietarios de sus tierras. Hablar de una "masa campesina", como una masa uniforme que ha vivido una misma vida miserable encadenada a una tierra, es una imagen mitológica, estereotipada y deshonesta con la realidad social de la época. "El historiador que esté un poco familiarizado con los libros de contabilidad, con los registros fiscales y con las actas privadas de diferentes naturalezas, constata indefectiblemente una extraordinaria fluidez social", dice Heers. No hace falta un gran esfuerzo imaginativo para suponer que determinados campesinos prosperaban mejor que otros y llevaban al mercado mejores cosechas, progresando con ello de manera autónoma, o bien dentro de un señorío, quizás de forma no tan diferente a como sucede hoy en cualquier empresa. Aunque se pretenda forzar un antagonismo narrativo, los vasallos en general estaban comprometidos con hacer respetar los derechos del señor, y no hay razón para pensar que no quisieran su prosperidad, de la cual es razonable suponer que se beneficiaban ellos mismos en primer lugar, en mayor o menor medida.
La existencia del campesino propietario de sus propias tierras es casi un tabú. Estudios como los de Robert Boutruche en 1947 mostraron que los campesinos trabajaban al margen de la explotación señorial. Las posesiones señoriales, desde luego, estaban lejos de cubrir la totalidad del territorio; por el contrario, dejaban grandes espacios donde se extendían tierras sin propiedad en las que cualquiera podía instalarse. Mucho más tabú es la existencia notarial de pruebas que documentan la venta de tierras por parte de campesinos a los que se les supone casi esclavos. Los notarios muestran campesinos modestos que vendían tierras con toda libertad y exentos de toda obligación. El alodio, más o menos modesto, heredero sin duda del dominium romano, se mantuvo ampliamente en el sur de Francia, en Italia, en la Provenza, Flandes, en el Languedoc, etc. Los textos atestiguan movimientos considerables de las propiedades territoriales, sean tenencias o alodios, entre la gente del campo: compras, arriendos, préstamos garantizados, etc. Así, había familias que se enriquecían rápidamente, teniendo buenas cosechas, y se producían diferencias enormes en hectáreas. Se nos dice que el señor poseía la tierra que el campesino explotaba a cambio del pago de un censo y de determinadas obligaciones. Sin embargo, la tenencia feudal superaba en un número sustancial de derechos a un arrendamiento moderno. Hoy, un arrendatario no puede permanecer en un sitio el tiempo que le plazca sin un aumento del alquiler, no puede instalar a sus familiares, no puede transmitir ese arriendo a sus hijos por el mismo precio como parte del contrato, ni puede vender su derecho de ocupación a un tercero, o dividir el terreno en diversos lotes, entre otras cosas que formaron parte del derecho feudal en la Edad Media. La tenencia no solo era un derecho vitalicio que solo el campesino podía romper si quería ir a otra parte, sino que también era hereditaria, garantizando la prosperidad y estabilidad a su familia y descendientes, si las cosas se desarrollaban con prosperidad.
Se habla de las relaciones de vasallaje como si este trabajo de la tierra fuera una imposición, y no formara parte de un contrato de derechos y deberes, en el que el campesino buscaba tierras que trabajar en las que establecerse y vivir con seguridad. Existían obligaciones de residencia impuestas en algunos casos, pero no en toda condición campesina, y formaban parte del acuerdo, por lo que los hombres del campo aceptaban la aventura, en un gran número de ocasiones, de asentarse y vivir de forma estable, estableciéndose libremente donde vieran mayor oportunidad para su familia. Existía mayor fluidez de las propiedades de lo que se ha admitido, así como jerarquías notables de riqueza dentro del mundo del campesino. Además, se daban matrimonios, herencias, roturaciones... Sin embargo, la relación de vasallaje no es una relación del campesino con la tierra, sino una relación jurídica personal, que suponía un vínculo entre personas en lugar de una relación con el Estado. El feudalismo no era simplemente un sistema económico de tenencia de tierras, sino que su eje es jurídico, en torno a acuerdos mutuos. El vasallo a veces prestaba un servicio, a menudo militar, y a cambio recibía una recompensa (beneficium o feudo). Este feudo consistía comúnmente en tierras, pero también podía incluir rentas, cargos administrativos, títulos, derechos sobre peajes, molinos, etc. Contra la imagen que se ha pretendido dar, no se trataba de un régimen de esclavitud obligada sobre las tierras, sino un acuerdo entre partes y una forma de vida que muchos campesinos buscaban porque les permitía mayor seguridad, sobre todo en tiempos de mayor inestabilidad, como tras la crisis del Imperio Carolingio, que supuso un aumento de invasiones vikingas, sarracenas, etc.
El concepto de noble es muy vago y jamás sometido a la debida comprensión o crítica. La nobleza no gozaba de un estatus jurídico preciso, sino que era un concepto heterogéneo y en perpetuo cambio, tanto por la llegada de nuevas familias cuya ascensión social estaba perfectamente admitida, como por el declive de aquellos desafortunados que no podían mantener su condición por avatares de la vida. Por otro lado, no se necesitaba tener ningún señorío ni ser de la nobleza para tener trabajadores o tener poder sobre alguna aldea. Existían propiedades manejadas por burgueses, notables, juristas, notarios, mercaderes, oficiales, artesanos, etc. El término de "señor" también es equívoco. Las condiciones sociales de los señores eran muy diversas: podían ir desde un castillo capaz de ofrecer refugio a los vasallos, o bien una simple casa fuerte más modesta en torno a una aldea. Los grandes terratenientes a menudo eran gente culta con habilidades para generar fuentes de ingresos y mejorar rendimientos, favorecer explotaciones, etc. Contrataban oficiales, gente capaz de manejar contabilidad, calcular necesidades de mano de obra, de animales, semillas, llevar registros de cuentas, etc. En definitiva, señores y oficiales que no tienen nada que ver con el señor feudal presentado, reducido a la caricatura de autoritario y ocioso perceptor de prestaciones que vivía de rentas sin trabajar. Como si no participara en la gestión realizando compras, transportando semillas, herramientas, coordinando, gestionando, vigilando, negociando, además de comprar, vender, etc.
Ese sistema feudal no intervino directamente en la gestión o explotación de las tierras ni en las relaciones entre propietarios y cultivadores. "Sociedad feudal" y "economía feudal" son dos conceptos ambiguos y, en realidad, inventados. Una visión abstracta tendería a mostrar un territorio rural detentado por un solo señor, que como propietario de las tierras impondría también su derecho de justicia y sus derechos banales. Pero esto es una visión que no corresponde con la realidad. Incluso en zonas donde pudiéramos encontrar un feudalismo estructurado de forma sistémica, no encontramos siempre una correspondencia territorial exacta entre la propiedad de las tierras del señorío territorial y la propiedad de los distintos derechos, y muchas áreas y pueblos estaban divididos en distintos señoríos. A veces en torno a un castillo, casa señorial, hotel, iglesia; otras en torno a varias casas señoriales. En el sur de Europa, los derechos feudales encontraron muchos obstáculos y tuvieron que adaptarse a tradiciones y herencias. En el norte de Italia y los países germánicos, también evolucionaron de forma distinta. En la mayor parte de Europa había un elevadísimo número de comunidades de aldea que no se hallaban bajo el poder de ningún señor, existiendo distintos propietarios terratenientes, incluidos gente de las propias ciudades, abades, etc. Lejos de ser el esqueleto de las sociedades llamadas feudales, este sistema solamente se encontró en un área geográfica relativamente reducida.
Respecto al burgués, podríamos decir que la persona económicamente próspera existe desde los años 1200 y lo siguió haciendo durante siglos. A veces, parte del "pueblo" podía haber prosperado con una granja, un taller, etc., y pasó a ser "burgués" por haber trabajado con diligencia, haber sido hábil en el comercio, o simplemente haber tenido fortuna. Otras veces, alguna familia se benefició de la emigración de los nobles o hizo fortuna con la confiscación de los bienes del clero o personas hábiles beneficiadas por los cambios políticos. También pequeños artesanos, negociantes, notarios, juristas, cambistas, banqueros, etc., poseían tierras, viñedos, rebaños, bosques, cuya explotación a menudo confiaban a asalariados o a parceros. Eran tan urbanitas como rurales.
Por supuesto, existían jornaleros miserables que iban de un lado a otro tratando de buscar quien les diera algo de comer a cambio de su trabajo, pero eso existe también a día de hoy. También existieron formas de servidumbre. Sin embargo, las múltiples formas de sujeción económicas o incluso jurídicas existieron de forma más extensa antes del feudalismo, y siguieron existiendo en las ciudades burguesas del Mediterráneo hasta el siglo XVI, en los supuestos "faros de la civilización". En muchos territorios durante la Edad Media fue residual, por ejemplo, en el norte de Europa, aunque la servidumbre desapareció más temprano en los países que estuvieron más expuestos a la circulación monetaria, en los que se podía fácilmente pagar asalariados, que en aquellos países más aislados de los circuitos mercantiles. Por tanto, se pretende un cuadro con la servidumbre como eje central a partir de lo que eran simplemente estructuras residuales.
Un sesgo es que los archivos de los grandes dominios se conservaron mejor que los de los pequeños señores, y los campesinos libres raramente producían archivos de ninguna clase. Aquí está la laguna más grave para Heers, que ha hecho que no se perciba la existencia de diferentes modos de propiedades campesinas y de relaciones de trabajo. Sin negar la existencia de abusos, ver el trabajo en el campo como una estructura explotadora general es deshonesto con la realidad. Existía una condición laboral de arriendo, que implicaba derechos, cierta autonomía según los casos, así como también obligaciones con el señor. Esa masa de "bárbaros feudales" ha dado forma a los paisajes y pueblos de Europa durante siglos y hasta hoy, sin ninguna ayuda del Estado, desarrollando la empresa más espectacular de la humanidad.
EL MITO DE LOS IMPUESTOS INSOPORTABLES
La imagen del campesino hambriento y explotado por unos "impuestos insoportables" con los que apenas sobrevivía ha sido otro pilar fundamental en la mitología de la Edad Media. El comercio, el arriendo, la prestación de servicios, y la compraventa eran parte usual de la Edad Media, existiendo con ello toda clase de pagos, de manera no tan lejana a como sucede en la economía actual. Muchos de estos pagos que nada tienen que ver ni con el señorío ni con la Iglesia, han sido llamados "impuestos" o "diezmos", de manera capciosa.El diezmo era un pago que se realizaba a la Iglesia en forma de un porcentaje de la cosecha. El diezmo no se aplicaba ni siquiera a todas las cosechas; principalmente se aplicaba al trigo, y no alcanzaba el 10% en muchas ocasiones, ni mucho menos. Debe entenderse el destino mayoritario de ese diezmo: la Iglesia llevaba la mayor parte de la asistencia pública: hospitales, asilos, hospicios, alimentar a los más pobres, hacerse cargo de huérfanos, etc. Gran parte de la educación también se realizaba en las parroquias. La asistencia social de la época en definitiva era llevada a cabo por la Iglesia en su mayor parte. Heers compara el 5-10% que se pagaba entonces con lo que se paga ahora.
Otro pago comúnmente llamado "impuesto" es el censo que el campesino o tenente realizaba por el derecho a usar la tierra que pertenecía al señor. Este pago es un alquiler, de ninguna manera un impuesto, y en algunas ocasiones era solo simbólico o muy débil. A ninguno de nuestros contemporáneos se le ocurriría la idea de llamar "impuesto" al pago de los terrenos o propiedades que se alquilan o usufructuan de un modo u otro. Se ha dado a entender que el pago del censo sobre las tenencias era un signo de servidumbre, como si esto no fuera un hecho económico relacionado precisamente con las tenencias. "Tales pamplinas se encuentran en Montesquieu, quien escribe con gran seguridad: 'ser siervo equivalía a pagar el censo, ser libre equivalía a no pagarlo'". Otro de los problemas es el sesgo de los registros feudales, los cuales muestran las sumas debidas, pero no las sumas efectivamente pagadas. Establecer por tanto las cargas solamente a partir de una base tributaria o de listas de censos no corresponde con la realidad efectiva. Nos han llegado pocos registros contables de las recaudaciones en sí, pero los pagos reales podrían ser solo un tercio de lo que se ha supuesto a partir de cálculos brutos de tributación. Muchas cosas se negociaban, o se pagaban de otras formas, se acordaban reducciones, etc.
Adicionalmente, también se han atribuído los cobros exigidos por los crecientes poderes públicos al señor o a la Iglesia. Las banalidades eran relaciones entre el Estado (o la autoridad pública) y sus súbditos. Muchos "impuestos feudales" eran banalidades públicas, no cargas señoriales o eclesiásticas sobre los campesinos. Algunas de estas banalidades eran pagos por el uso de un molino señorial, el uso de un horno, etc. En realidad eran monopolios que obligaban a todos los habitantes del territorio al pago por el uso de los mismos, que también pagaban los señores, las abadías, etc. Monopolios y restricciones similares existían en áreas burguesas y siguieron existiendo fuera del señorío y del marco feudal en todas partes. Con todo, el ban señorial produce mucha indignación entre los ideólogos que aceptaban y promovían todos los monopolios y crecientes cargas fiscales del Estado. Otros derechos del ban gravaban el paso de carreteras, el paso por un puente, etc., que eran básicamente peajes. El peaje banal se justificaba por la necesidad de mantener calzadas, puentes, vigilancia y seguridad de los caminos, cursos de agua y montañas, construcciones, etc. A veces se entregaban algunas monedas, pero también podía bastar un animal de poco precio, e incluso un simple gesto o reconocimiento, como podía ser saludar humildemente al señor.
El impuesto real aparece más tarde, por ejemplo en Francia, en 1357. Hasta entonces, no todos los dueños de los señoríos podían cobrar impuestos. El Estado moderno, nuevamente, no ha hecho más que multiplicar los peajes y pagos de todo tipo, con verdaderos ejércitos de agentes y recaudadores. ¿En qué consistió el progreso del rey moderno? Al centralizar el Estado, un cuerpo de oficiales cobraba regularmente el impuesto real, multiplicando por todas partes pagos e impuestos mediante una administración más sistemática, perfectamente aceptada por todo el mundo gracias al discurso de los panfletistas. Todos esos recaudadores que no mantenían ningún contacto con la población fueron mucho más implacables y contaron con medios de represión que un feudo rural jamás habría podido imaginar. A partir de entonces es legalizado, multiplicado, normalizado, e incluso transformado en moralmente deseable mediante la propaganda que produce el mismo sistema. Esa misma propaganda nos cuenta los terribles impuestos y diezmo del medievo, y como unos valientes revolucionarios, llenos de virtudes morales e intelectuales, se levantaron contra la injusticia y el oscurantismo para defender a los más débiles contra aquellos malvados señores. Es fácil ver la manipulación sentimental que se ha hecho pasar por historia.
EL MITO DEL RENACIMIENTO
El término "Renacimiento" sugiere una alegoría sobre un "despertar", cuyo primer uso se hallaría en una novela de Balzac y que posteriormente se fue imponiendo en todos los países. La visión de un arte renacentista no surgió de una toma de conciencia colectiva en esa época, sino que comenzó como una corriente nacionalista no disimulada, en la que napolitanos, romanos, florentinos, toscanos, etc., autoproclamaban la superioridad de su arte respecto a otras formas artísticas. Alemanes, franceses, flamencos, por no decir españoles, debían ser inferiores. Los griegos, a quienes tanto debía aquella virtud clásica, ni siquiera eran mencionados. Quienes ven en las letras y las artes de Italia una nueva época se encuentran ante numerosos problemas. Muchas obras consideradas "renacentistas" se produjeron en el periodo que los propios académicos llamaron "Edad Media". Pisano terminó el púlpito del Baptisterio de Pisa en 1260, Giotto finalizó las escenas de la Iglesia Superior de Asís antes de 1300, la Divina Comedia de Dante fue escrita entre 1307 y 1321, las rimas de Petrarca son de 1327, y el Decamerón de Boccaccio se escribió entre 1350 y 1355. Adicionalmente, obras de siglos posteriores, correspondientes a lo que los académicos llaman Renacimiento, son atribuidas a la Edad Media. El arte francés en el siglo XV, por ejemplo, es denominado "medieval" bajo el nombre despectivo de gótico, que significa "bárbaro". Sin embargo, el arte llamado renacentista ignora a menudo las raíces góticas de muchas obras. El propio Pisano se inspiró en la escultura gótica francesa. Muchas otras obras no pueden interpretarse como un "despertar" en oposición a lo medieval, ya que estaban profundamente enraizadas en la sociedad y el pensamiento cristiano del Medievo. Los artistas no se concebían a sí mismos como "renacentistas" o revolucionarios, sino como parte de una cadena histórica de maestros, sin pretender en ningún momento romper con ellos ni con el marco espiritual, moral y técnico heredado. Por no decir que un número significativo de ellos eran, de hecho, cristianos.En la Edad Media no había ningún desprecio por la herencia antigua, como se ha afirmado insistentemente. Carlomagno hizo transportar mármoles esculpidos de iglesias bizantinas, inspirados en el mundo mediterráneo de Roma. Además de la obviedad de que el arte románico medieval de Italia, España o la Provenza se inspiró directamente en la Antigüedad Romana. Las gestas de Alejandro Magno están presentes en decenas de obras en toda Europa, mediante poemas épicos de miles de versos. León el Diácono tradujo al latín las historias griegas y la leyenda de Troya, y eran historias transmitidas bajo la forma de juegos de personajes en fiestas callejeras.
El supuesto "Renacimiento" tampoco fue una conciencia social o cultural de la época. Los monumentos romanos y sus ruinas eran completamente ignorados, cuando no vendidos como mera cantera de piedras. El Foro Romano no era entonces más que una enorme cantera de explotación alquilada, y los templos, almacenes. Teatros, termas, anfiteatros... eran destruidos para construir nuevas edificaciones. Los autores de los tratados de arquitectura y urbanismo presentaban proyectos de ciudades que no se inspiraban en absoluto en la herencia romana ni en las formas clásicas. En Roma, se destruyeron demasiados monumentos bellos; los mármoles se pulverizaban para obtener cal, y no se reconstruyó ninguna ruina. Esto a menudo se ha achacado al cristianismo, algo incierto. De hecho, la protección de ruinas romanas no provino de los humanistas, sino de la Iglesia: estatutos municipales, bulas papales e incluso lamentos como el de Eugenio IV son testimonios de una preocupación real por la destrucción. El propio Rafael, en 1518, escribió al Papa Médicis León X para quejarse. En los doce años que había pasado en Roma había visto derribar el templo de Ceres en el foro, la puerta triunfal de las termas de Diocleciano y una buena parte del foro de Nerva. Petrarca les acusó y lanzó contra ellos duras invectivas: "¡Oh Roma, tu pueblo arranca bellos mármoles de los muros venerables para hacer de ellos vil cal!". No había renacimiento alguno, sino más bien un desprecio sistemático que contrastaba con el autoensalzamiento iniciado en círculos aristocráticos. El Papa Eugenio IV intentó una restitución topográfica de la ciudad antigua mediante un inventario de monumentos insignes y una llamada al respeto por las ruinas. Los magistrados proclamaron estatutos que prohibían atentar contra los monumentos antiguos, y cien años más tarde Pío II promulgó una bula para proteger los monumentos que todavía quedaban en buen estado.
Petrarca es considerado tradicionalmente el padre del humanismo y uno de los primeros en usar la noción de una ruptura respecto a una "edad oscura", denigrando las obras de siglos anteriores para ensalzar las de la antigüedad romana. Sin embargo, este juicio no fue inocente; buscaba ensalzar la figura del príncipe sobre la ciudad en una estrategia contra el papado de Aviñón. Boccaccio, en sus escritos, intercaló elogios tanto a Dante como a Petrarca, reconociendo su papel en la evolución de las artes, y exaltó también al pintor Giotto como modelo de renovación estética. Pero esos elogios no eran ideológicamente neutros: estaban entrelazados con fidelidades políticas, como su apoyo a la dinastía angevina que gobernaba Nápoles, lo que revela que la cultura servía a intereses políticos. Era una forma en que los artistas se arrimaban a la corte formando una aristocracia. Debemos recordar que solo nos han llegado las voces de profesionales de la corte, quienes servían a una política. Las opiniones del público, de los hombres corrientes de variadas profesiones y vivencias, no están reflejadas en las obras literarias. Solo nos hablan quienes ganaban dinero escribiendo textos de complacencia que eran útiles como instrumento de propaganda.
Con este "renacimiento" comenzó, a su vez, una aristocracia cultural, una oposición proclamada entre "clarividentes" de las ciudades y "ciudadanos ignorantes" que no habitaban esos medios urbanos y cortesanos. Los humanistas eran oráculos autoproclamados del buen gusto. Ningún historiador puede ignorar que ese mismo interés artístico, asociado al Renacimiento, existía mucho tiempo antes. Señores, príncipes, obispos y cabildos se gloriaban de dar trabajo a artistas, de coleccionar todo tipo de libros, obras eruditas, y de tener una corte de poetas, escritores y hombres intelectuales que compilaban textos antiguos y los ponían al día. Sin embargo, en la Edad Media no se despreciaban las culturas populares. Contrariamente, las cosas se hacían en torno a los festejos populares. Y, sin embargo, con este renacimiento comienza la idea artística como algo que debe separarse del vulgo, y se consolida una aristocracia artística. El arte gótico, tan duramente atacado, sería elevado en Inglaterra, ampliamente usado en la arquitectura y decoración de casas señoriales, en la restauración de castillos, y en múltiples elementos urbanos, animado también por su propio nacionalismo. La pintura española fue durante mucho tiempo ignorada por las élites culturales europeas, hasta que comenzó a ser redescubierta y valorada en el siglo XIX, en el marco del creciente interés por los estilos pictóricos realistas y dramáticos. Pintores españoles, casi desconocidos todavía a principios del siglo XIX, como Murillo, Velázquez, Zurbarán, etc., comenzaron a ser altamente valorados en la cultura mundial.
La literatura también sería un vehículo propicio. Autores como Dumas producían novelas de capa y espada que respondían perfectamente al cliché: el noble perverso, lujurioso, codicioso, sediento de sangre y de venganza; el joven pobre pero valiente y honesto, paladín de las virtudes y de las reivindicaciones justas; la joven sensata y fiel. El Renacimiento no recuperó el mundo clásico en términos materiales ni espirituales, sino que lo utilizó como autoensalzamiento y como parte de juegos políticos. El concepto de Renacimiento es una etiqueta alegórica añadida a la etiqueta de Edad Media para aumentar la fuerza psicológica mediante el contraste, y con ello la mitología oscurantista que se quiso construir sobre el medievo.
EL MITO DEL ATRASO CULTURAL
En la literatura, se ha impuesto la idea de una Edad Media ignorante, o directamente que quemaba los libros e impedía la educación. Desde Balzac, Víctor Hugo y Michelet, hasta "los escritorzuelos más insignificantes", han pretendido difundir esta imagen. Se ignora aún el hecho de que las universidades nacen en la Edad Media: Bolonia (1088), París (1150), Oxford (1096), Salamanca (1218)... Estas instituciones se especializaban en derecho, medicina, teología y artes liberales con autonomía y estructura: estatutos, grados, exámenes y títulos. El trivium (gramática, lógica, retórica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música, astronomía) constituían un programa educativo avanzado y completo. Desde el siglo IX (especialmente impulsadas por Carlomagno) existieron escuelas ligadas a catedrales y monasterios que formaron a generaciones de laicos y clérigos.La visión de que se intentaban destruir los libros es aún más deshonesta. Los monjes dedicaban su vida a la labor de copista en los scriptoria con los que se preservaron miles de obras de autores griegos y romanos que, de otro modo, se habrían perdido para siempre. De hecho, la mayoría de los textos clásicos que tenemos hoy en día nos han llegado a través de copias medievales. En la Edad Media se copiaban, estudiaban y comentaban textos griegos, latinos, árabes y hebreos. No hubo ruptura, sino continuidad intelectual. Ptolomeo fue leído y releído, publicado y comentado. Muchas traducciones del árabe al latín (Avicena, Averroes, Alhazen...) se realizaron en Toledo, con apoyo eclesiástico, y la colaboración de judíos, musulmanes y cristianos. Boecio, ya en el siglo VI, tradujo a Aristóteles y transmitió lógica antigua a la Edad Media. Tomás de Aquino, Alberto Magno, Juan Duns Escoto y otros teólogos medievales intentaron sintetizar fe y filosofía natural. Nunca se opusieron al conocimiento, sino que trataron de conciliarlo, evitando una ruptura con el mundo trascendente. Isidoro de Sevilla escribió una de las mayores enciclopedias de la historia: sus Etimologías no eran una simple taxonomía de definiciones como la enciclopedia moderna, sino un verdadero compendio del saber de las mayores obras de la humanidad. Fue el texto más leído de su época. Muchos de esos textos llegaron de hecho por la vía bizantina. Burgundio, nacido en Pisa en 1110, ofreció a Pisa el famoso manuscrito de las Pandectas, de juristas romanos, sobre los que se fundaban desde hacía ya varias generaciones contratos comerciales y sentencias de arbitraje. Este manuscrito fue considerado el más valioso del mundo tras la Biblia, hasta que 200 años más tarde los Médicis se apoderaron de él para colocarlo en su biblioteca, usando para el "Renacimiento" lo que los mercaderes de la Edad Media habían recogido.
Contra la idea de una escolástica retrógrada, que intenta dar la imagen de que la enseñanza se limitaba a repetir una serie de textos dogmáticos, una gran variedad de documentación obtenida mediante archivos de contabilidad municipales, archivos judiciales y registros fiscales, etc., atestigua ampliamente la existencia de maestros de escuela de profesión, de forma común en las distintas regiones. Muchos de ellos laicos, titulados como bachilleres en artes y derecho, profesionales remunerados, enseñaban a los niños a leer y a escribir, se enseñaba cálculo, etc. Documentos notariales y fiscales prueban que en ciudades medievales había tasas de alfabetización más altas de lo que se ha dicho, en particular entre clases medias urbanas.
Otra leyenda es que en la Edad Media se perseguía a los hombres de ciencia. Basta ver el mito de la persecución de Galileo por parte de la Iglesia, constantemente repetida en círculos científicos. Heers pone el ejemplo del mito de Colón, supuestamente movido por "la ciencia" y el "progreso", frente a unos "atrasados" españoles que creían que la Tierra era plana y que atrapados en la superstición no sabían hacer cálculos. Sin embargo, la realidad es la opuesta: Colón se equivocaba en sus cálculos sobre la distancia entre Portugal y Japón, y los españoles le corrigieron. "Los hombres de Salamanca eran verdaderos sabios", dice Heers. No hubo episodio alguno de oscurantismo, de torpeza intelectual, ni de intolerancia, sino que los españoles se dieron cuenta de que su proyecto era irrealizable. La verdad de esta historia es que los cálculos científicos los hicieron mejor los sabios de esa Iglesia española atrasada, que ya había fundado docenas de observatorios astronómicos en todo el mundo. También debe recordarse que eran miembros de la Iglesia figuras como Copérnico, Gregor Mendel o Roger Bacon.
El desarrollo de hospitales por toda Europa también sería fruto de la Edad Media. Fue la Iglesia quien dictó que donde hubiera una catedral, debía construirse también un hospital. Para Heers, en los juicios que se han hecho a la Iglesia, no se observa ningún intento de ser honesto, discutir luces y sombras, o tratar de comprender su postura. Simplemente se han diseminado burlas y muchas falsedades en el supuesto nombre de la iluminación y la razón.
EL MITO DE LA INQUISICIÓN
La leyenda negra de la Inquisición fue un eje central en la narrativa que oponía una Europa avanzada contra una Europa oscurantista y fanática, representada particularmente por España. Se afirmó de la Inquisición que el acusado no tenía defensor, que las penas eran atroces, que había tortura, hoguera o emparedamiento, incluso antes de que existiera. Sin embargo, los manuales de los propios inquisidores y la historiografía contemporánea han demostrado que esta visión ha sido enormemente falseada, siendo el número de ajusticiados muy inferior a las cifras que generalmente se habían ofrecido. Qué decir de las brujas de Salem y las hogueras de Ginebra en pleno Renacimiento, atribuidas a la Edad Media, cuando no a la Iglesia Católica. Gustave Hernisson ha demostrado que la locura criminal de la caza de brujas fue un fenómeno eminentemente moderno, siendo tribunales civiles los responsables de la mayoría de aquellos señalamientos y persecuciones. Contrariamente, la Inquisición española y la romana fueron altamente escépticas respecto a aquellos supuestos fenómenos. Aunque Heers no entra en detalle, la Inquisición Española en particular fue la más garantista y benevolente, con un porcentaje de condenas y ejecuciones de acusados a lo largo de siglos muy bajo, el cual no admite comparación con la de otros países del norte de Europa ni con los tribunales civiles. En España hubo una cantidad ínfima de procesos por brujería en siglos, en primer lugar porque los inquisidores eran juristas formados, recelosos respecto a este tipo de rumores y supersticiones, de hecho en muchos casos protegiendo a los acusados del tumulto. La Inquisición Española fue la más reglada y garantista de todas, no pudiendo actuar sin pruebas, existiendo derecho a la apelación, existiendo restricciones a la tortura, y sin intervención en lo civil ni en lo criminal común, por lo que el estereotipo novelesco del delator anónimo y las condenas mediante rumores no reflejan la seriedad de los procesos inquisitoriales españoles.Las "luchas religiosas" han sido otra fuente amplia de mitología. Las disputas políticas, territoriales y económicas en las que reyes, príncipes, aristócratas y repúblicas luchaban por controlar territorios, aumentar su poder, debilitar a sus enemigos o sostener alianzas, eran calificadas como "guerras de religión". Sin embargo, en gran medida, la causa confesional era un pretexto de lo que era pura estrategia geopolítica o interés económico. Aunque Heers no lo comenta, basta el ejemplo de la Francia católica aliándose con los protestantes alemanes para frenar el dominio católico de España, para ver cuánto hay de "religión" en esas "guerras religiosas". Muchas de esas guerras, por cierto, tampoco pertenecen a la Edad Media, sino al "Renacimiento". No se habla tanto de las masacres constantes y luchas de poder de esas ciudades prósperas italianas. Obispos y religiosos intentaban reconciliar a las familias y les imponían solemnes ceremonias de perdón, pero las querellas volvían a avivarse inmediatamente. La mayor parte de las guerras nada tienen que ver con la religión; muchas tienen que ver precisamente con su abandono, sin que nadie diga nada al respecto. Podríamos añadir a la crítica de Heers que ninguna "conversión" ha sido tan masiva como las producidas por las religiones seculares como el socialismo proletario o el globalismo tecnocrático, sin que sean objeto de la misma crítica que se hizo al cristianismo en Europa.
Hay muchas supersticiones, devociones populares, ritos, mitos y leyendas a lo largo de la historia, y en contra de la narrativa, la mayoría no son religiosas sino mitos seculares. El "derecho de pernada" (también llamado ius primae noctis o derecho de la primera noche) es otra leyenda falsa ampliamente diseminada, según la cual, un señor feudal podía acostarse con la esposa de un siervo en su noche de bodas antes que él. Hoy es ampliamente considerada como otra fábula reproducida y exagerada por los ideólogos de la Ilustración, y posteriormente por historiadores poco rigurosos. Incluso se ha dicho que el señor tenía derecho a destripar a campesinos para calentarse los pies. Las leyendas negras y los chismes inventados fueron la base de los "intelectuales ilustrados" de la Revolución Francesa y del Estado moderno.
EL MITO DE LOS INTELECTUALES ILUSTRADOS
Voltaire, Diderot, Rousseau... nombres bien conocidos en el sistema educativo moderno. Estos ideólogos han sido presentados en todas partes de forma alegórica, como la "luz" contra la "oscuridad", y la "razón" contra la "barbarie". Para ello, crearon una nueva etiqueta de lenguaje "el Siglo de la Ilustración", y se llamaron ellos mismos "hombres de las luces". Encantados de conocerse. Para los "intelectuales ilustrados" y los constituyentes de la Revolución Francesa de 1789, las principales fuentes con las que iban a iluminar racionalmente a la sociedad eran ante todo leyendas, fábulas, y chismes, a menudo inventados.Esos intelectuales de la moral condenaron los privilegios del pasado mientras no dijeron una sola palabra sobre los nuevos privilegiados. Atacaron duramente los diezmos y censos, pero no las cargas fiscales centralizadas, que eran mayores que los diezmos que tan severamente criticaban. No hicieron crítica del administrador corrupto del nuevo régimen, de los oportunistas y cortesanos sedientos de poder que medraban alrededor del nuevo Estado, del banquero urbano, el burgués especulador, los propios panfletistas que escribían a cambio de sus mecenazgos, etc. No dijeron nada sobre moral que no fuera un panfleto estrictamente circunscrito contra el feudalismo. Todos tuvieron el mismo discurso de forma sincronizada, con las mismas omisiones, de manera predecible. Todos ellos, casualmente, fueron protegidos de reyes y príncipes, beneficiarios inmediatos de la centralización de poder. Solo les preocupaba el feudalismo. Nada fuera de él. Por supuesto, ellos mismos no se percibieron a sí mismos como privilegiados perceptores de prestaciones que les libraban de realizar aportación productiva alguna a la sociedad mediante algún trabajo conocido. Algo que ha sido común denominador de ideólogos y aspirantes a vivir como tales hasta el mismo día de hoy.
Si se dejan a un lado las narrativas, es más que cuestionable si la caída del feudalismo no produjo precisamente más privilegios políticos, más impuestos, y un sistema político con un poder aún mayor sobre la población. Con la caída del feudalismo, los impuestos, los privilegios, los abusos... supuestamente todo eso dejaba de existir. Eso hicieron creer. Adversarios y partidarios del ideal republicano no se distinguían en nada. Todos condenaban el feudalismo a la vez que defendían la concentración de poder que daría paso al Estado autoritario moderno. Heers se olvida mencionar que el año en el que la Revolución Francesa proclamó la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", un hito de los derechos humanos según cuentan los libros, no se dijo en ella una sola palabra sobre la esclavitud, legal en esa misma Francia iluminada, y un pilar fundamental del oscuro sistema colonial de esos mismos días. Isabel la Católica la había prohibido en España siglos antes. Aunque ciertamente desigual en su aplicación, muchos libros de historia no dicen una palabra al respecto, ni de los teólogos de la Escuela de Salamanca, precursora de los derechos universales, mientras cuentan el supuesto "hito" revolucionario. Algunos ideólogos franceses al menos lo criticaron, debe decirse a su favor.
En línea con la tesis de Hermann Heimpel, la modernidad no nació con libertad alguna, sino con un aumento del poder centralizado. La burguesía no fue el agente original del cambio, sino las luchas de poder político. Los juegos de poder de los príncipes descritos en Maquiavelo fueron el motor de la modernidad. Para centralizar el poder y controlar todas las regiones, los reyes necesitaban reducir la autonomía de los señores y del sistema de feudos, por lo que a partir de los siglos XIII-XIV fueron expandiendo estructuras estatales más centralizadas en torno a una administración real, los impuestos centralizados, el derecho escrito, el ejército central, imponiendo tribunales reales sobre los locales, etc. La consecuencia fue que el feudalismo fue perdiendo fuerza, siendo sustituido por monarquías absolutas y, posteriormente, por el Estado centralizado. El primer enemigo del feudalismo era el rey y sus consejeros. Para poder conseguir el poder central, debían deshacerse de señores, nobles, abades, etc. Necesitaban suprimir las particularidades y los derechos privados para poder convertir a toda la población en súbditos directos del rey. Se emprendió la supresión obligatoria de los derechos feudales y las corveas, las expropiaciones y desamortizaciones a la Iglesia, etc. Toda comunidad gestionada en torno a un noble o monasterio, todo vínculo social local, todo intermediario, debía ser eliminado para que todo el mundo respondiera en todas partes "igual" ante el rey. Misma fórmula de propaganda del Estado autoritario moderno. La otra corriente enemiga del feudalismo eran los revolucionarios y reformadores, inspirados por las técnicas administrativas del Estado, orientados hacia el orden, la recaudación, la planificación, etc. El rey otorgaba a los señores privilegios y representación en las cortes a cambio de su adhesión a la centralización del Reino-Estado.
El propio Maquiavelo expuso con claridad cómo el orden político medieval era incompatible con la concentración de poder, que necesitaba en primer lugar un Estado fuerte y centralizado. En este proceso de centralización situamos el inicio del Estado autoritario moderno, y las narrativas que han ido creando los beneficiarios de la concentración de poder, promocionados como "intelectuales" o "artistas". No debe verse con buenos ojos más que la ideología que supone centralizar el poder sobre la sociedad. Los panfletistas eran los clasistas de la ciudad, las aristocracias culturales al servicio del aparato centralizado. Ellos son quienes han suprimido la costumbre local de los pueblos, aniquilándolos bajo una maquinaria burocrática asbolutista sobre toda sociedad. Tras el nuevo cliché de "pueblo", ellos son los que han impedido que la gente se autogobierne, convirtiendo municipios medievales en repúblicas administrativas burguesas o, más adelante, maquinarias socializadas.
Los procesos religiosos en la Edad Media estuvieron llenos de matices, reflexiones y cuestionamientos internos, y no se ha hecho esfuerzo alguno por tratar de entenderlos y analizar la propia evolución dentro de la Iglesia. Todo se expandió cuando en Francia, en Inglaterra y en otros lugares, tras las revoluciones, se hizo un movimiento violentamente antirreligioso, con ello la excusa no solo para matar a los clérigos, sino para quitarles todas sus posesiones: monasterios, bibliotecas, hospitales, tierras, abadías, colegios, obras de arte... el expolio fue masivo. En lugar de un saqueo violento, se ha llamado justicia. Algunos de esos bienes pasaban al Estado, y "el Estado es el pueblo", decían los propagandistas. En la práctica, la mayor parte de estos bienes pasaron a las manos de las nuevas élites y aliados del poder, así como a especuladores y grandes rentas que aprovecharon la oportunidad. La propiedad no se distribuyó, se concentró aún más, consolidando a una oligarquía más ambiciosa, acaparadora, especuladora y poderosa que las anteriores. La revolución no eliminó el poder, no redujo la carga fiscal, ni mejoró las relaciones de las comunidades, solo reorganizó las clases dominantes concentrando más su poder. En los años 1830-1860 nunca se habló de la acaparación de bienes acontecida, de los especuladores y traficantes de bienes nacionales, ni de los oportunistas beneficiados de las luchas de poder, ideólogos de Estado, proveedores de ejércitos, nuevos ricos y financieros poco honestos que formaban parte de ese "pueblo" beneficiado. El espíritu de progreso moral solo mostraba su odio hacia aquellos castillos y terrenos de nobles que todavía no habían podido confiscar o comprar por una fracción de su precio en el nombre de la fraternidad, la libertad y la igualdad. Los beneficiarios del nuevo orden político-económico, auténticas dinastías de especuladores, son quienes precisamente han dictado durante mucho tiempo la historia y los libros de las escuelas, moldeando el cerebro para recibir al Estado autoritario moderno. Seguimos siendo herederos y cómplices de un combate ideológico que ocultó la realidad para imponer una narrativa.
Pretender que la felicidad de los hombres viene con el simple advenimiento de instituciones y sistemas políticos centrales, bien puede ser el mayor mito de todos. El reguero de sangre del culto al Estado y el culto al partido que vinieron con los panfletistas del Estado moderno, no resiste comparación alguna. Los ideólogos de la centralización socializada y del mercantilismo industrial han sido infinitamente más calculadores, sanguinarios y sedientos de poder que cualquier batalla medieval o cruzada cristiana.
EL MITO DE LA ECONOMÍA FEUDAL ATRASADA
Se ha querido difundir la idea del retraso técnico y económico como parte consustancial a la Edad Media. Sin embargo, hubo una actividad comercial mayor a lo que se ha sugerido, con una mayor simbiosis entre campo y ciudad. Aunque han predominado las historietas sobre el mercado de especias exóticas y mercaderes aventureros, la economía se basaba, sobre todo, en los productos primarios del campo, como es evidente. Del mismo campo surgieron las grandes fortunas en primer lugar, no de ese comercio aventurero tan diseminado en las narrativas. Esto cuestiona la historia de un campo pobre, aislado siempre del circuito comercial. Los primeros mercaderes fueron nobles con propiedades rurales, que disponían de madera y hierro para armar y conducir naves en sus empresas y para transportar las materias primas. Ellos impulsaron la Reconquista en España. Sus propias tierras rurales autogestionadas también les permitieron replegarse en los malos tiempos y sobrevivir. La leyenda ha querido inflar el aspecto aristocrático del comercio, en lugar de reconocer la base real primaria de la economía que fue el medio rural.Capitalistas y revolucionarios han coincidido generalmente en establecer una ruptura entre la economía medieval, descrita en su versión más amable como un mundo artesanal, cuando no directamente miserable. Contrasta con la existencia de tratados de economía agraria que evaluaban costes de productividad y el rendimiento de cada cereal, entre otros. Esto evidencia una gestión racional y basada en la rentabilidad y productividad de tierras, pastos, viñedos, bosques y ganado. Ningún historiador serio sostendría hoy la hipótesis de una economía rural constantemente al borde del desastre y una sociedad teñida de angustia, desgracias y barbarie. El propio crecimiento demográfico contradice la versión de la carencia constante. Existía un equilibrio, quizá desigual, pero cierto, incluso con la presencia de duras epidemias, que generalmente eran capaces de reponer rápidamente los vacíos poblacionales. Adicionalmente, fueron años de expansión hacia las Islas Atlánticas, desde Canarias a las Antillas, y luego hacia Brasil y Nueva España. Estas exploraciones se llevaron a cabo durante más de 500 años bajo el control del señorío.
Por otro lado, es cuestionable la existencia de un punto de corte definido entre lo "medieval" y lo "moderno". Distintas ciudades con alta actividad comercial e intercambios en Italia, Alemania e Inglaterra, entre otras, no esperaron la llegada del "Renacimiento" para innovar en los negocios y en la actividad financiera, y para desarrollar una próspera actividad comercial y múltiples formas de innovación empresarial. La economía de mercado y de los intercambios comerciales se había extendido ampliamente en Occidente mucho antes del siglo XV. Este auge del comercio, los intercambios y la navegación no puede situarse simplemente a partir del punto de corte llamado "Renacimiento". A veces se ha denominado precapitalismo, el cual nace en la Edad Media. La teoría más extendida es que el sistema feudal tradicional, basado en rentas en especie (grano, trabajo, etc.), se enfrentaba a una economía cada vez más orientada al dinero. El crecimiento de las ciudades y del comercio desplazó el centro de poder económico desde las tierras, el intercambio de rentas y los derechos, hacia la burguesía urbana. Los nobles vieron en la guerra una solución a su pérdida de relevancia y riquezas. Sin embargo, este proceso economicista lineal y este supuesto declive de la nobleza ha sido cuestionado. Por un lado, el comercio también benefició a los productores, particularmente a los que vivían en zonas de mayor actividad comercial. Algunos nobles se adaptaron, otros prosperaron, y otros cayeron en desgracia, en una época de gran prosperidad o, al menos, de equilibrio, a pesar de la existencia de luchas, algunas malas cosechas y problemas demográficos.
Se ha afirmado, siguiendo a Max Weber, que los mercaderes cuestionaron crecientemente a la Iglesia por poner obstáculos a la circulación de dinero e impulsaron la Reforma Protestante. Esto crearía una "nueva Iglesia" contra Roma, para la cual el dinero y la acumulación no fueran contrarios a Dios, y promovería una "libertad de pensamiento" contra un "oscurantismo paralizante". Sin embargo, las declaraciones y lo que se hace en sociedad no es exactamente lo mismo. Aunque la Iglesia condenaba la usura, nada indica que hubiera represiones efectivas por parte de la Iglesia, más allá de un número reducido de procesos y multas. Hombres de negocio y hombres de Iglesia se entendían mejor de lo que se ha dicho. Unos y otros sabían transigir, y generalmente había prudencia y buen tono. El prestamista era tolerado si era razonable, moderado en sus exigencias, actuaba en beneficio de la comunidad o compensaba parte de sus ganancias con donaciones. A veces se disfrazaba un préstamo como un contrato entre socios, en el que uno ponía el dinero y el otro realizaba el trabajo, repartiendo los beneficios. En la práctica, había entendimiento y un clima prudente por ambas partes.
La propia Iglesia había matizado su posición en determinados puntos y reconocía que los beneficios del dinero se volvían lícitos cuando el servicio ofrecido era importante para la comunidad o existía un riesgo significativo en la empresa llevada a cabo. Dominicos y franciscanos estuvieron, de hecho, muy vinculados al mundo de los negocios y realizaron amplias justificaciones teóricas a un gran número de prácticas financieras, ligándolas con el bien común. En realidad, había toda clase de prácticas mercantiles autorizadas. En Italia, las commenda, las societas, colleganza, compañías florentinas de base familiar, compañías genovesas a carati, algunas ante notario, con multas sobre los retrasos. Se realizaban préstamos de riesgo marítimo que ayudaban a armar navíos y servían como seguro. Se han documentado tasas de interés entre el 7 y el 12%, un nivel perfectamente razonable.
Se permitía al usurero reparar sus errores para escapar del brazo secular o de la Iglesia, principalmente mediante donaciones a los pobres. También, en el ocaso de su vida, legaban a menudo una parte a hospitales o financiaban ciertas realizaciones sociales. Existen pruebas de ello, por ejemplo, el hospital fundado en Prato por un prestamista llamado Francesco Di Marco Dattini, o la escuela de gramática Iávaco financiada por el usurero milanés Tomás Ograsi, o en Padua la capilla de los Scrovegni, etc. En definitiva, el comercio medieval escapa a la imagen caricaturesca y, mucho más, a la leyenda negra del miserabilismo. El préstamo con interés se practicaba en todas partes, simplemente con cierta prudencia por parte de todos.
Se ha hablado mucho de los prestamistas judíos, pero esto necesita el contexto debido. Muchas familias ciudadanas se sirvieron de los israelitas para no parecer ellas mismas las usureras, y muchos capitales cristianos estaban en manos de judíos. Muchas recriminaciones sociales en malas épocas se saldaron con la expulsión de judíos o lombardos. La gente del pueblo apoyaba que fueran señalados como chivo expiatorio porque así podían demorar sus deudas o cancelarlas, y los mandatarios tenían una fórmula fácil para señalar culpables externos y apaciguar a las masas furibundas con la expulsión de una minoría. Los judíos hallaron con frecuencia refugio en obispos y abades tras los muros de los conventos. Fueron Roma y el Papa quienes acogieron a los judíos expulsados de España por los edictos de los Reyes Católicos. No fue una cuestión principalmente religiosa -otros grupos como los lombardos sufrieron un destino similar-, sino más bien de oportunismo político y financiero. Muchas veces los prestamistas eran nobles, o gente de la ciudad, e incluso miembros de la Iglesia. No obstante, también un gran número de estos servicios de préstamo eran familiares, por amistad y realizados de forma gratuita.
Mientras que en Francia, la Guerra de los Cien Años ciertamente supuso dificultades, durante ese mismo periodo otros países se enriquecieron ampliamente, como Inglaterra, nutrida con el fruto de sus conquistas. En Inglaterra no hubo decadencia alguna, ni en las ciudades del sur de Alemania, cubiertas de oro, y tampoco en Italia. La economía moderna simplemente quiso dar vía libre a lo que podríamos denominar explotación del trabajo por el capital, sin ningún freno moral o social, hasta llegar a una sociedad dominada por el consumismo y la máquina, como ya expuso Ellul.
EL MITO DEL ANTAGONISMO CAMPO-CIUDAD
La política moderna, en gran medida, se basa en crear antagonismos fundamentados en los llamados grupos sociales, lo cual consiste en definir dos categorías, por lo general totalmente inventadas. Se ha querido describir un antagonismo ideológico entre el campo y la ciudad. Nuestra historiografía ha mostrado más simpatía por las sociedades urbanas e industriales que por las sociedades comunitarias y rurales. Sin embargo, nuevamente, hay más simbiosis natural que antagonismo panfletario. Los capitales y mercaderes de la ciudad intervenían frecuentemente en la industria rural. Muchas ciudades tampoco eran antagonistas del campo. El medio rural podía contribuir económicamente a la ciudad, a veces a cambio de defensa o de otros servicios administrativos o profesionales. A veces, lo que se llamaba ciudad en un sentido jurisdiccional abarcaba también al campo, por lo que ese medio rural era precisamente parte de la ciudad y de su proyecto. En los censos, muchas personas residían en la ciudad, pero también otras tantas residían en pueblos de los alrededores, formando parte del censo de la ciudad. Los mercados de la ciudad eran más grandes, pero vendían en primer lugar los productos del medio rural y de la economía señorial. Es absurdo aceptar que los mercaderes negociaban entre ellos en el medio urbano, pero no con quienes producían la agricultura y la ganadería, prosperando solo los primeros. Por otro lado, los habitantes de las ciudades eran los primeros que se sentían atraídos por la propiedad rural. Por un lado, les permitía sobrevivir con una vida autosuficiente si venían malos tiempos en las ciudades. Por otro lado, burgueses, juristas, consejeros, cambistas, mercaderes, notables, gente de toga, gente de gobierno, financieros, etc., establecían allí una propiedad porque les daba cierto estatus social. Así que el trabajo de las tierras no se inscribía forzosamente en el marco feudal ni en esas relaciones panfletarias de señor y vasallo. Muchas de las gentes de las ciudades tendrían allí a sus ayudantes y trabajadores domésticos.Aún más, es legítimo preguntarse si el campesino no podía, en realidad, tener mayor libertad y gozar de más ventajas fiscales viviendo en el campo. Se dice que las ciudades eran libres en contraposición a ese campesino explotado. Sin embargo, afirmar que las libertades económicas, financieras y administrativas se consolidaron más tempranamente en las ciudades que en las comunidades aldeanas es incierto. Sabemos que en Italia, donde abundaban las ciudades que se nos presentan como los ejemplos perfectos de las repúblicas mercantiles libres, prósperas y avanzadas, se habían codificado estatutos comunales antes en muchas aldeas, donde había autonomía real con derechos de mercado y de justicia. Muchas aldeas eran, en realidad, infinitamente más democráticas que las repúblicas italianas o que nuestras maquinarias administrativas actuales, por mucho que las queramos llamar "democracias". Ni para organizarse, ni para promulgar reglamentos, ni para designar responsables, ni para lograr que su señor reconociera determinadas libertades individuales o colectivas, los campesinos iban por detrás de las ciudades comerciales. Por ejemplo, la carta de Lorris, otorgada por Luis VII en 1155, fue adoptada por 83 comunas. O la carta de Beaumont en Aragón, de 1182, que encontramos en centenares de pueblos de Champaña y Borgoña, o Prisches en Henao... ¿Cuántos habitantes tenían Lorris y los pueblos de su alrededor? No eran centros ni de producción ni de distribución. No había burgueses, sino campesinos y artesanos de la fragua, del molino y del horno. Como mucho, existía un mercado de cosechas y ganado, semillas, herramientas agrícolas, cerámica, paños... No faltan pruebas de que pueblos ganaderos y boscosos obtuvieron muy temprano cartas de libertad e incluso cartas municipales, beneficiándose de una verdadera libertad individual y colectiva. Y probablemente, estas simplemente registraban derechos que existían con anterioridad, que venían de aún más atrás.
Muchos de los grandes municipios que encabezaban la "libertad" se encontraron con que sus magistrados no disminuyeron las luchas, sino que las aumentaron, para finalmente solicitar al príncipe que recuperara todo su poder. En las ciudades existió, por supuesto, el clientelismo, la movilización de masas y la demagogia, pero no un consenso democrático. Diversas comunas de la Isla de Francia (Île-de-France) y de Picardía se suprimieron por propia voluntad hacia 1300: Sena (1318), Compiègne (1319), Melun (1320), Saint-Lys, Soissons, Provins, etcétera. Muchos de ellos bajo consulta. En Provins, por ejemplo, participaron 2.701 personas, de las que 350 eran mujeres. 2.545 votaron por la vuelta del rey y solo 156 en contra. Es cuestionable si había más asambleas urbanas o, precisamente, más asambleas rurales. Y es cuestionable si muchas de esas aldeas rurales no eran, en realidad, más democráticas que esas modernas ciudades. En muchos de estos lugares rurales "atrasados" había más decisiones tomadas mediante consultas populares que en lo que llamamos "democracia" incluso a día de hoy. Había instituciones estrictamente campesinas que eran solidarias ante el impuesto, resolvían litigios, tenían representantes, responsables con poderes de decisión, y existían antes que en la ciudad. Había también un papel para las iglesias parroquiales. La paz, impuesta a menudo por el obispo, ofrecía un refugio inviolable alrededor de la iglesia, a más tardar desde el año 1100. Las cofradías promulgaban reglamentos de gestión rural basados en la experiencia y la tradición, prestaban dinero, herramientas, semillas, animales de labor, etc. Estas cofradías se comportaban como verdaderos municipios.
Nos han enseñado que las ciudades afortunadamente se habían liberado de la opresión de su señor, generalmente del conde o del obispo, gracias a las revueltas populares, o al menos burguesas, que habían conseguido grandes ventajas, y que a partir de entonces llegó la libertad, dejando atrás la barbarie del feudalismo. Sin embargo, esto es una falsedad: las cartas no se obtuvieron tras una revuelta, sino que fueron fruto de tratos o de compras. Las convulsiones políticas y los motines fueron raramente impulsados por burgueses, como se nos ha dicho. Los burgueses, en muchos casos, se limitaron a apoyar a algunos de los adversarios contra el otro para su propio beneficio, apoyando según convenía al conde, a los obispos, las revueltas, y todo aquello o lo contrario, siempre que pudiera resultarles rentable. Lo "popular" es otra etiqueta de lenguaje vacía, en la que había vecinos, gremios, comerciantes, burgueses, etc., con sus propias discrepancias internas, y quienes simplemente aprovecharon las situaciones según su propio beneficio particular. El municipio no fue un movimiento de revuelta popular unificada, sino simplemente el resultado de las disputas sociales que ha habido en toda época humana. En Pisa, por ejemplo, el partido denominado "del Pópolo" surgió de querellas entre las ricas familias nobles, ampliamente provistas de feudos en las montañas. En Génova también tomaron la iniciativa y la dirección del Partido Popular para oponerse a otros nobles, igual que ellos. Nada cambió tras el ascenso al poder de los Popolari. Tras todos los partidos "del pueblo", no había otra cosa que guerras por el poder entre clases de las grandes familias, nobles, consejeros reales, y, en definitiva, aspirantes al poder variados. No hubo ningún movimiento único llamado "pueblo", ni siquiera "burguesía", ni en absoluto fue un contagio general, ni transformó las costumbres políticas y estructuras sociales en toda Europa. Las consecuencias fueron distintas, por ejemplo, en el norte o en el centro de Italia, pero no en otras muchas regiones. Venecia, Génova, Florencia, Estados Pontificios, Roma... En algunas ciudades como Flandes, enriquecidas por sus industrias pañeras, lograron obtener del conde una autoadministración. Las supuestas libertades de las ciudades son más cuestionables de lo que se ha dado a entender. Por ejemplo, en Milán, un campesino que se estableciera en la ciudad no tendría pleno derecho de ciudadanía hasta no haber residido durante 30 años. Y si sus familiares seguían trabajando en la tierra, no podía serlo nunca.
La ciudad mercantil vivía día tras día con la obsesión por la traición y el complot, con la sospecha, la delación, el encarcelamiento y la ejecución de los enemigos del pueblo y del partido. A veces de forma disimulada, por personas interpuestas pero fieles y estrictamente dependientes, como por ejemplo los Médicis, el gobierno "moderno" no hizo otra cosa que reforzar los poderes. Mientras se hablaba de la historia del pueblo florentino o de la historia de los venecianos para autoexaltar las formas "modernas" de gobierno. Por no mencionar las Historias florentinas de Maquiavelo. En cuanto se libraba ella misma del control real o principesco, la ciudad se pasaba la mayor parte de sus días en guerras internas. Las ciudades mercantiles de Italia, presentadas como ejemplos de paz urbana y sofisticación, invadían las regiones circundantes con el fin de aumentar todavía más su señorío. Lanzaban basura y cuerpos de animales muertos por encima de las murallas para infestar y provocar epidemias. Al final del verano, esas bandas de saqueadores, hombres ciudadanos del municipio, regresaban a casa con el botín, prisioneros (mujeres y niños, sobre todo, puesto que masacraban a los hombres), animales, trigo, vino, etc. Se practicaban decapitaciones en la plaza pública, imágenes de horrores que los libros no muestran muy a menudo.
Desde el siglo XII, la ciudad burguesa de Italia se cubrió de fortalezas privadas. Un rasgo esencial del paisaje urbano, bajo el cual el fenómeno de las guerras civiles se ha ocultado durante mucho tiempo. Solo en Florencia se podían contar más de 100 torres señoriales, de las grandes familias de mercaderes; en Bolonia, más de 200. No es la imagen de una ciudad pacífica, sino de una ciudad en plena guerra civil. Solo los papas lograron conquistar poco a poco todas esas ciudades fortaleza.
PALABRAS FINALES
Todos los clichés que expuso Heers, efectivamente, son los que encontré en mi propio paso por el sistema educativo. Tal es lo que generaciones de maestros y pedagogos, adoctrinadores de niños al servicio del Estado han diseminado, en nombre de la lucha contra el adoctrinamiento. La historia de la Edad Media, a menudo despachada con la frase "mil años de oscuridad", no solo es una evidente leyenda negra, sino que es una de las historias más estúpidas que jamás se haya contado a la sociedad. No es la experiencia natural que vivieron las personas, sino una narrativa moderna creada por ideólogos y las élites beneficiarias del nuevo reparto de poder. Cada sociedad inventa sus chivos expiatorios, y la modernidad debía construir su propia mitología, que consistía en denostar el pasado como base de la teleología del Estado centralizado y el progreso. La leyenda negra sobre la Edad Media fue forjada por ideólogos de la Ilustración, como Voltaire, Diderot o Condorcet, quienes querían construir una historia del progreso en la que ellos mismos se autoproclamaban la luz de la civilización, de la misma manera que los aristócratas itálicos se autoproclamaban la vanguardia del arte. Los ingenieros de la sociedad moderna necesitaban un enemigo mitológico contra el que erigirse como héroes luchadores. Aquí estarían la "Edad Media", e incluso la imagen de esa España atrasada donde, supuestamente, sucedían los mayores horrores. Cualquiera que se moleste en investigar un poco encontrará que la mayor parte de lo que le han vendido desde el colegio son simples falsedades. Todos esos funcionarios del Estado están cumpliendo su papel al servicio del mismo. Sin embargo, ningún académico serio discute hoy la simplificación histórica y propagandística que se ha dado de la Edad Media. Tampoco parece discutirse ya la existencia de una leyenda negra sobre España, que tanto complejo de inferioridad y resentimiento derivado del mismo ha creado. Se discute su mayor o menor extensión, sus implicaciones, o sus causas, pero no su existencia. Es claro que ha sido electoralmente muy rentable para algunos. Lo sigue siendo. Lo más revelador es el silencio generalizado del resto.La cultura es ante todo un vehículo de propaganda, según se quiera dirigir el espíritu social a un destino u otro: a lo clásico, a lo realista, o bien a lo rupturista, lo vanguardista, etc. El papel del arte en los juegos de poder es pura psicología de masas. De ahí la proliferación de una élite de "artistas" e "intelectuales", siempre cercanos al poder. Cada galería de arte, más recientemente cada película, cada canción difundida por medios de masas, lo que aparentemente parece una inocente "entrevista" en la radio, está realizando una labor psicológica y de orientación del pensamiento de la población, por tanto una labor distinta a lo que todo el mundo cree. El sistema ejerce una labor sobre el cerebro de las personas los 365 días del año, en todas partes. Ningún artista es promocionado por el sistema si no apoya de vez en cuando ciertas cosas en público, o su obra no desliza ciertas ideas o cierta atmósfera. Es evidente que la propaganda ha adquirido un carácter mucho más sistémico que en siglos anteriores.
La función fiscal es un procedimiento inherente a todo tipo de gobierno y ha existido en tiempos medievales, en Occidente, en Oriente, en ciudades comerciales, etc. No obstante, en todas partes ha sido más profunda que la de los señores feudales, y sin embargo, se ha querido hablar solo de los impuestos del feudalismo. Pocas novelas o películas de cine se han dedicado a la recaudación sistemática de Hacienda y a los funcionarios del Estado moderno. En los tiempos de la "barbarie feudal", los impuestos no eran ni más numerosos ni más elevados de lo que lo fueron anteriormente, ni de lo que han sido posteriormente. Ciertamente, para crear la sociedad industrial, la relación humana debía pasar a un segundo plano para poner la producción de objetos en primer plano. Este proceso culmina con nuestra tecnocracia y un aparato robotizado de vigilancia y control. Que nadie pretenda decir que ese mundo burocratizado, tecnificado y deshumanizado es una iluminación. Y esto, lejos de ser reaccionario, es una crítica y una advertencia que ya desarrollaron la Escuela de Frankfurt, llegando hasta Foucault, Marcuse, Baudrillard... pasando a la filosofía científica de Nick Bostrom, Martin Rees, etc.
La historia ha sido, sin duda, más orgánica, simbiótica y diversa entre los actores que los conceptos y taxonomías que han vendido los panfletistas del Estado. Contra la visión peliculera de "amos y siervos", la mayor parte de la vida transcurría en aldeas, señoríos y ciudades que implicaban muchísimas profesiones: labrador, herrero, hornero, panadero, cocinero, cervecero, carnicero, pescadero, lechero, aparcero, viñador, hortelano, aceitero, pastor, vaquero, estabulero, leñador, recolector de resinas y plantas, apicultor, cazador, guardabosques, artesano, herrero, carpintero, cantero, alfarero, tejedor, tintorero, zapatero, sastre, vidriero, fundidor, forjador, armador, cestero, marino, grumete, mercader, vendedor ambulante, tabernero, posadero, cobrador, cambista, notario, escribano, recaudador de impuestos, botero, boticario, librero, copista, mayordomo, alguacil, capataz, preboste, mensajero, recadero, sacerdote, clérigo, monje, abad, maestro de escuela, médico, caballero, soldado, forjador de armas, vigía, hilandera, tejedora, lavandera, comadrona, herbolaria, ama de cría, cocinera, sirvienta, matrona, pintor, iluminador, escultor, juglar, trovador, bufón, mimo, titiritero, músico, poeta... La llamada "Edad Media" fue una época, lejos de oscura, llena de color y con una rica actividad social.
Otras etiquetas de lenguaje han sido paralelas en el desarrollo de la mitología de la política moderna, como el supuesto "contrato social", otro invento de panfletistas que hace alusión a un contrato imaginario que nadie ha visto, nadie ha leído y nadie ha firmado. Y por tanto no puede ser ningún contrato, no tiene consentimiento alguno, no puede resolverse, ni puede tener validez jurídica alguna como tal, y cuyo árbitro es el mismo Estado que lo impone coactivamente. Esto es lo que han defendido los supuestos "intelectuales", además de reformadores, hombres de Estado, financieros, oligarcas industriales, revolucionarios, pedagogos diseminados en las escuelas e institutos, y, en definitiva, oportunistas de toda clase beneficiados del nuevo reparto de poder. Ciertamente existieron "revueltas campesinas" a lo largo de los siglos, pero contrariamente al pretendido componente de "clase" sistémico, surgieron bajo condiciones locales: descontento, hambrunas, inseguridad, reclamaciones, etc, que se dieron de forma dispersa y heterogénea. Por otro lado, también se produjeron por los mismos motivos revueltas urbanitas, nobles, gremiales, burguesas, entre aldeas, clanes, etc. La etiqueta "clase" pretendidamente impone una imagen no solo reduccionista, sino sistémica, estática y uniformadora de una realidad mucho más heterogénea, particular y cambiante. Reflexionando sobre Marx, creo que comprendió el poder de la etiqueta semántica sobre la realidad, y que produjo su propia narrativa basada en un sistema de categorías simple, sabiendo que producían una visión reduccionista. El Marx sociólogo tuvo más mérito en algunos puntos de lo que le han reconocido sus detractores. El Marx político ha sido un personaje más maquiavélico y calculador de lo que se ha escrito sobre él.
La política moderna se define por dos elementos fundamentales: el progresivo aumento de su eficacia operativa controlando la sociedad, y su progresiva abstracción. Mientras que las relaciones feudales implicaban una relación personal más directa, que exponía y hacía vulnerable a quien pudiera cometer abusos, la política moderna se ha caracterizado por ir despersonalizando el ejercicio del poder, transfiriéndolo a una maquinaria administrativa, haciéndolo indescifrable. Hoy solo existe una maquinaria administrativa ante la que las personas salieron perdiendo, al no haber una persona responsable directa a quien señalar, o a quien quitar del medio, si abusa de su poder. Contrariamente, todo abuso feudal implicaba un peligro personal para quien cometiera dicho abuso, y hubo muchos ejemplos de revueltas. Un ejemplo en España fue el de Ochoa de Espinosa. Los campesinos, hartos de sus abusos, lo mataron a palos. La modernidad ha eliminado esta homeostasis directa en las relaciones, creando un poder omnipotente y un pueblo impotente. La capacidad de imposición y abuso son un hecho de la progresiva sofisticación de la técnica, no una cuestión de juegos de lenguaje ideológicos, que es precisamente la cortina de humo usada para que la población no entienda lo obvio. La evolución de las instituciones no las ha hecho más democráticas, sino, al contrario, más refractarias a la influencia de las personas. La recopilación administrativa de datos de las personas durante siglos, y la sofisticación de las tecnologías de vigilancia y control, conducen inevitablemente a una tecnocracia progresivamente autoritaria hasta producir un control social absoluto, casi forense de las personas. El sistema se dirige hacia la dictadura más sistémica y sofisticada que haya conocido la humanidad.
Muy en línea con autores como Jaques Ellul, la propaganda busca destruir las formas sociales para producir formas de dominio técnico. Max Weber, padre de la sociología moderna consideró que la burocracia del Estado moderno era la forma de dominación más eficaz, por su racionalidad estratégica. Hannah Arendt entendió que la política moderna incentiva la deshumanización de toda la sociedad, dado que la persona dentro de una estructura burocrática deja de sentir una responsabilidad personal, hasta las atrocidades que, consistentemente, fueron sucediendo durante toda la modernidad. El discurso de las "desigualdades" con las que venden el proyecto del Estado autoritario parte de la falacia de convertir en justa una acción por el mero hecho de aplicarla a todo el mundo por igual. Sin embargo, algo no se convierte en un bien moral por el mero hecho de que se le imponga a todo el mundo por igual. Esta falacia es visible entre quienes mantienen tales esquemas panfletistas de justicia, reducidos a la mera forma, al proceso, a la aritmética (sea uniforme, sea progresiva...). Muestra perfectamente el razonamiento tosco que meramente reproduce el esquema mecanizado de la operativa administrativa. La psique se reduce a reproducir el mismo proceso del sistema, como bien mostró Ellul.
Queda claro que a nivel político lo importante son las narrativas, no los hechos. El ser humano tiene un problema grave con el lenguaje. La obra de Jaques Heers no es solo una lección de historia, es una lección magistral de psicología. Neurocognitivamente, el hecho de etiquetar una historia compleja en una etiqueta cognitiva como "edad media" o "masa campesina" produce un heurístico, generando un sesgo de etiquetado (labeling) y agrupamiento (clustering bias) bajo el cual la realidad desaparece. Unas pocas etiquetas de lenguaje se superponen, creando una serie de imágenes mentales simples que actúan como clichés que acaban siendo la base del razonamiento de las personas. El pensamiento literalmente es atrofiado, e impide realizar cualquier razonamiento. Los Maquiavelos de la política moderna, lo que entendieron precisamente es que es más efectivo convencer a las masas con unas pocas etiquetas enfáticas (patriarcado, antivacuna, negacionista) que decirles la verdad, hacerles pensar, o tener que dar a la gente toda clase de explicaciones complejas. Lo entendieron perfectamente. El cerebro del ser humano vive atrapado en una serie de clichés sobre el mundo, y no puede salir. La frecuencia de uso que una persona hace de etiquetas de este tipo me temo que es una estimación certera de su inteligencia, y proporcional a la resolución de sus esquemas cognitivos. Razonar con una persona que no tiene en la cabeza nada más que un puñado de este tipo de etiquetas es una de las cosas más difíciles a las que un ser humano repleto de conocimiento y paciencia pueda enfrentarse.
La política actual, los medios de comunicación, pueden considerarse técnicas de lenguaje diseñadas para romper la comunicación, mediante la diseminación sistémica de clichés impuestos con violencia sobre el propio proceso de comunicación. Así se impide cualquier razonamiento y que se pueda arrojar algo de luz sobre tema alguno. El desfile de personas espectacularmente mediocres y zafias como "tertulianos" en las televisiones y radios en las últimas décadas responde a esta estrategia. El objetivo es llevar cualquier conversación automáticamente al fango, e impedir el razonamiento interrumpiendo la comunicación mediante clichés. Su función no es tanto convencer de una idea, como simplemente cortocircuitar que se arroje luz sobre algo. Saben perfectamente lo que están haciendo. El problema es que el Estado conoce bien a las personas, mientras las personas no tienen ni idea de cuales son los objetivos del Estado.
Para finalizar, el eje central de Heers en el fondo es la lucha política. Es difícil creer que tanta gente, aún a día de hoy, piense que el sistema se reconfigura avanzando para lo contrario de aumentar su eficacia y sistematicidad controlando a la población. Millones de personas siguen creyendo semejante idiotez.
"¿Hace falta comparar esos cánones de entre el 5 y el 10% con los que hoy pagamos por la seguridad social y por los costes de nuestros sistemas de enseñanza?". Jacques Heers.

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