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Byung-Chul Han. La agonía del eros.

Alfonso Bordallo
MPH, MSc
Byung-Chul Han (1959-) es un filósofo surcoreano que escribió su obra La agonía del eros en 2012. Este texto analiza cómo el hedonismo, la racionalización contractual de las relaciones y la positivización mediante la exposición constante a señales disuelven la experiencia del eros y las relaciones humanas. La pérdida de alteridad y la falta suponen la reducción del deseo y la imposibilidad del amor verdadero.

AMOR DE CONSUMO

Para Byung-Chul Han, la ilimitada capacidad de elección destruye el amor. Las sociedades modernas de consumo se caracterizan por la existencia de una permanente coacción hacia lo siguiente. No vivimos en una realidad, sino en una expectativa de lo que podría ser que es constantemente proyectada en nuestra mente. Así, lo que tenemos en la realidad nunca es, dado que siempre podría ser otra cosa que no es. Esto no solo afecta al mundo de los objetos, sino que afecta profundamente a las propias relaciones humanas, convirtiendo el amor en relaciones de consumo. "No solo es el exceso de oferta de otros", dice Chul Han, sino "la erosión del otro". El consumismo es la desaparición del otro. Sin embargo, la erosión del otro es también la erosión de uno mismo.

Hay una tecnología de la elección que genera una estructura de la comunicación y la conducta que afecta a las relaciones humanas, incluídas las relaciones de pareja. El amor es suplantado por una transacción mediante un infinito catálogo a la carta. Esto produce una racionalización por un lado, y un proceso de fetichización narcisista por otro. No se ama, se coge, se sirve. La tecnología de la elección no facilita una realidad más satisfactoria, al contrario, solo facilita el hecho de elegir, mientras destruye la relación humana y la experiencia del amor, suplantada por una incesante expectativa mental incompatible con la realidad. Existe una "coacción de lo óptimo", comparación de todo con el todo. La persona no busca lo real, sino que persigue un fetiche mental de una expectativa condicional inexistente pero constante.

La sociedad de consumo no explota la satisfacción, sino la insatisfacción. Internet posiciona a las personas no solo como consumidores, sino como sujetos de fantasía, sujetos que anhelan experiencias y estilos de vida, sujetos deseantes de todo aquello que no tienen. Personas que viven en un mundo no presente, sino que viven en un universo imaginario, en la posibilidad no realizada. El sujeto moderno vive disociado de la realidad, en un anhelo constante, percibiéndose como su deseo, como las emociones que despierta una realidad imaginaria. La persona se percibe a través del marco perceptual que le imponen las imágenes que ve, no como su realidad en el mundo. La consecuencia de lo que se ha creado fundamentalmente en la imaginación es la decepción, que trata de superarse generándose una nueva expectativa.

POSITIVIZACIÓN Y RACIONALIZACIÓN

La sociedad de consumo es una sociedad positiva, una sociedad de la mera vida. Una sociedad de confort. Esa búsqueda de la mera vida destruye la vida, y la vivencia de la misma. El consumo, vivir rodeados de estímulos, la exposición constante de posibilidades, y la posibilidad de elección sin límite, suponen la eliminación de la añoranza, de las emociones basadas en la negatividad y el deseo. La positivación implica la eliminación de la negatividad. El eros se agota cuando se pierde su carácter atópico para convertirse en algo normativizado como parte institucionalizada de un sistema de transacciones, cuando el otro forma parte de un interminable catálogo, cuando se ha convertido en otro producto de consumo que usar y desechar.

Solo la negatividad de la sustracción produce la alteridad atópica que se manifiesta en el Eros. Las estructuras basadas en la negatividad de los límites, han cambiado a un catalogo interminable de posibilidades que se suceden unas a otras. Así, una cosa puede ser sustituida por otra. No hay escasez, sino hiperabundancia. La tensión erótica se cambia por disponibilidad inmediata. No hay distancia, no hay falta. La escasez personal que pueda experimentarse, se inunda con evaluaciones sistemáticas de candidatos potenciales de una app, o con pornografía. No hay ausencia en la que se manifiesta la presencia especial del otro. "Como máquina de búsqueda y consumo", se suprime el deseo de aquello especial y ausente necesario para el eros.

Lo verdaderamente amado es atópico. El amor presupone lo diferente, lo asimétrico, aquello incomprensible, misterioso. Lo positivizado deja de ser misterioso, lo racionalizado deja de ser misterioso, lo igualado deja de ser misterioso. "En el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica". El amor presupone la diferencia del otro, y no la igualdad en lo que no existe nada opuesto que atraer. "La cultura actual de igualar constante no permite ninguna negatividad del atopos". Nuestra sociedad pretende "eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles, heterotópicas". Se cambia lo misterioso y diferente, por un catálogo de características positivizadas tras comparar todo con todo. Con ello, todo se ha convertido en lo mismo. El otro desaparece.

El amor no puede ser racionalizado, aplanado, igualado, pactado. La creciente capacidad de elección produce una racionalización de aquello que debe surgir de manera instintiva. La exposición de personas como un catálogo genera una cognitivización de las relaciones humanas. Lo que es fundamentalmente instintivo e inconsciente, pasa a ser una elección consciente. La exposición incrementada produce una expectativa incrementada, una imaginación incrementada de lo que deben ser los atributos deseables. Aquello con apariencia pasional, proviene de un juicio de lo que tiene características que son deseables o indeseables para su consumo. Supone una racionalización del deseo, no necesariamente del todo consciente, no necesariamente del todo racional en su cognitivización y categorización. Sin embargo, resulta en una decepción porque nadie es lo que podría ser en ese juicio de las características del fetiche mental.

Pero también en la domesticación moral y legal de lo que deben ser las relaciones de pareja para convertirlo en meras fórmulas utilitarias orientadas a satisfacer al yo. Fórmulas de transacción y convivencia. Se politiza el Eros, con ello se destruye. El amor solo puede ser en el terreno del otro, y de la falta del otro. En la trascendencia, no en el cálculo, valoración y elección.


AUTOAFIRMACIÓN DEL YO

El amor es la impotencia con la que el yo se pierde en el otro. En palabras de Ficino, "enajena al hombre de su propia naturaleza, y le trae la extraña". Solo existe amor en la negatividad, en lo que no es yo. La autoafirmación del yo destruye el eros, el otro se convierte en la expectativa del yo narcisista. El yo simplemente se reafirma, enuncia, impone, escoge. El sujeto del reconocimiento actual es un sujeto del yo hacia sí mismo, que se atrapa en su propio ego. El amor es todo lo contrario, es hacia el otro, "el eros arranca al sujeto de sí mismo y lo conduce fuera". La libido se agota cuando la sociedad se crea en un sentido del para sí mismo. El narcisista satisface un deseo caprichoso en el cual en realidad la persona se proyecta a sí misma en el otro.

Todo está destinado al fracaso cuando la comparación es con todo. Si la sociedad de la disciplina era la sociedad del deber, el sistema neoliberal actual para Han es el del puedo, el cual dirige a la persona hacia una ética del sí mismo. La persona busca su propio reconocimiento en la interminable comparación de todo con todos. La sexualidad se convierte en rendimiento, con el cuerpo listo para ser consumido por aquel consumidor que también sea valorado como objeto deseable a consumir. No existe una experiencia entre dos cuerpos a descubrir, sino una experiencia de consumo bajo el juicio de sus características de deseabilidad y el termómetro de la excitación. Bajo el dictado del rendimiento, el cuerpo se transforma en mercancía con valor de exposición. Pero también el alma se transforma en una exhibición de vanidad comparada de señalización de virtud moral. La otra persona es transformada en una medida de expectativa y excitación.

La inflación del yo no solo destruye la capacidad de amar, sino que atrapa a la persona en su propia mente. Incluso el sufrimiento psicológico es para Byung-Chul Han una patología narcisista de orientación al yo. El depresivo a menudo es un narcisista de sí mismo. La depresión para el autor se funda en una "relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada". La persona está agotada de sí misma, pero es incapaz de salir de sí, y de orientarse al otro. "La depresión es una enfermedad narcisista", dice Han. El problema del depresivo es estar atrapado en sí mismo. Aunque las palabras del filósofo necesitan una mayor explicación y algunos matices, el hecho de que el mayor antídoto de la depresión bien puede ser el amor verdadero y genuino no es una idea desencaminada, y no está lejos de una visión budista de la consciencia.

El amor es la disolución en la alteridad, solo puede existir en la pérdida de la forma constituida del sí mismo y del otro. Algo es viviente solo cuando contiene en sí su propia contradicción. Para Hegel el amor es la capacidad de "olvidarse de sí en otra mismidad". No puede darse un espíritu en su positividad, porque su despliegue necesita al otro. Solo así el espíritu vuelve sobre sí. El amor se pierde en la orientación hacia el yo, en la búsqueda en el otro de la autoconfirmación de sí mismo.

PORNOGRAFÍA COMO ANTAGONISMO DEL EROS

El porno es más eficaz que la normatividad para aniquilar la sexualidad misma, dice Byung-Chul Han. No hay sexo en el porno. Sucede lo contrario, el sexo entre personas se intenta volver porno. Una escenificación. El equivalente a un museo, la exposición de unos restos muertos arrancados de la esencia y de la propia vida de lo que algo fue. En su misma positividad e hiperdisponibilidad, la propia pornografía pierde cualquier sentido de lo misterioso que pudiera tener. El porno es hiperinformación, masa reificada de imágenes en la que desaparecen todos los aspectos de la experiencia humana. La secularización de la sexualidad elimina la trascendencia de la misma. La pornografía es narcisista, se dirige a la satisfacción del yo. No se produce encuentro, no existe la piel, no existe descubrimiento, no existe el otro. Solo existe un aumento de la experiencia del yo. No hay fuerza ascensional, elevación trascendente, solo una imagen amplificada en la retina, y una relación reificada y repetitiva con uno mismo que va destruyendo el eros.

COMENTARIOS FINALES

En el nombre del falso bienestar se ha creado una fragmentación del propio ser de las personas. El amor solo puede existir hacia los demás, por lo que la inflación del yo produce un estado espiritual incompatible. La sociedad de consumo transforma la vida en una búsqueda sistemática de oportunidades de autogratificación. Sumado a una estructura social de contractualismo utilitario que produce un mentalismo racionalizante que disuelve la esencia del amor. Pacto, reparto, límite. Por cierto muy de psicólogo. De las dimensiones de hedonismo caprichoso y cinismo utilitario surge el narcisismo epidémico, proyectado a las relaciones humanas. El sentido inflado de la autoimportancia y la necesidad de llamar la atención intentan compensar el vacío existencial. Lo que queda de la persona es un producto a la deriva de señales ambientales que producen dopamina, y de sus propios juicios racionalizantes, esquemas integrados de los productos de ese mismo sistema.

Es visible que las personas han perdido la capacidad de amar, ni siquiera de entender lo que es amar. Gran parte de las personas simplemente evalúan características deseables de candidatos potenciales como objetos de consumo. Cogen lo que pueden, como en unas rebajas. O persiguen algún tipo de fetiche mental proyectado sobre una persona, irremediablemente con fecha de caducidad. Esto a su vez alimenta un vacío que no se llena. Por no hablar del uso frontal de la seducción como instrumento de monetización, que explota la soledad, particularmente de millones de hombres, quienes no han recibido una sola mirada en su vida. Muchos con problemas de salud mental. La otra cara de la moneda de la que la violenta propaganda del sistema prohíbe hablar.

Sin embargo, el tecno-narcisismo y la desintegración del espíritu no es el producto de la libertad de consumo, ni un intento de optimización de la sociedad neoliberal que afirma Byung-Chul Han. Es el espejismo de Ulises, el constante canto de las sirenas. La tragedia a nivel psicológico es que la expectativa ni siquiera es real, solo existe en la mente de las personas como perpetua ilusión proyectada. Ingeniería de las neuronas dopaminérgicas mesolímbicas que activan el espejismo que nunca se apaga. Ingeniería de signo, acercándose a la etapa código de la Matrix. La visible sordidez estética exhibida con orgullo es el subproducto del proceso de fragmentación del espíritu, descomposición previa a la programación de la consciencia humana de la utopía cientificista. Son las personas neurótico-racionalizantes que no saben lo que es amar quienes más atrapadas resultan en su propio "narcisismo de la mismidad". La epidemia de la autoimportancia que decía Escohotado. En todo caso, sociedad coactiva tecno-distópica, no una sociedad liberal de autodisciplina. Aquello terminó hace mucho. Ahora estamos ante un ataque directo político y mediático directo a los vínculos humanos, y el establecimiento del tecno-leviatán definitivo.


Referencias:
Bordallo. A. Revisión de Byung-Chul Han. La agonía del eros. Accesible en https://www.icns.es/articulo_byung_chul_han__la_agonia_del_eros

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